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El Pico-Union Boxing Club es un regalo del cielo para los jóvenes

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Cuando el Club de Boxeo de USC necesitó un espacio más grande, hace aproximadamente cinco años, Pico-Union Housing Corp. estuvo de acuerdo en darle el lugar con una condición: enseñarle a los niños del vecindario a boxear gratis. El Pico-Union Boxing Club había nacido.

“¡Vamos!, “¡Vamos! gritaba el entrenador Jeff Sacha a los jóvenes que brincaban frente a él. “¡Puedo decir quién ha estado trabajando!”.

Ese día estaban una niña de cuarto grado que mintió sobre su edad para poder entrar. Estaba también un adicto a las drogas en recuperación. Un chico universitario y la esposa de Sacha, con nueve meses de embarazo y haciendo los ejercicios.

Sacha, un estudiante de USC de 29 años, pasó años construyendo el Pico-Union Boxing Club para convertirlo en un bastión de esperanza en uno de los vecindarios de Los Ángeles más densamente poblados y acosados por las pandillas.

Los niños necesitaban a alguien con quien poder contar, que estuviera presente cada semana, y ese era Sacha.

Pero en unas semanas, él se habrá ido. Sacha terminará la carrera; él y su esposa se mudarán al norte para trabajar en enseñanza de sociología en UC Davis. Ahora, el gimnasio -sin entrenador ni financiamiento- está en una encrucijada.

“Lo más importante que deben saber es que el gimnasio no va a irse a ningún lado”, le dijo Sacha a sus pupilos después de haber calentado. “Esto va a seguir abierto tanto como sea posible”.

Alguien más los liderará en el futuro, pero él les advirtió que “si empieza a dejar de importarles y si dejan de venir, el gimnasio se va a venir abajo”.

Sacha, oriundo de Seattle, se mudó en 2008 a L.A. para estudiar un posgrado. Como practicaba boxeo en la preparatoria, pronto empezo a competir en el Club de Boxeo de USC.

El boxeo no está regulado por la Asociación Nacional Atlética Universitaria (NCAA por sus siglas en inglés) —dejó de estarlo después de que un boxeador de Wisconsin murió de una lesión cerebral en los años 1960— y ahora existe en los campus a través de clubes, que típicamente reciben poco financiamiento.

El Club de Boxeo de USC no tenía gimnasio. A veces los boxeadores entrenaban en salones de baile, practicando sus posturas de combate frente a los espejos.

En 2010, el club cerró un acuerdo con Pico Union Housing Corp., que maneja viviendas de bajos recursos en el área. Los boxeadores podrían convertir en un gimnasio tres cocheras deshabitadas detrás de las oficinas de la organización en Venice Boulevard. Pico Union Housing incluso les daría el dinero para la renovación y les dejaría usar el espacio sin tener que pagar renta, con una condición: dar clases gratuitas de boxeo a los niños del vecindario.

Los jóvenes en el vecindario necesitaban desesperadamente algo que hacer, en un sitio seguro, dijo Ricardo Guerrero, director social de la organización de alojamiento.

“Los mantiene lejos de las drogas, lejos de las pandillas, y lejos de cualquier problema”, dijo Guerrero sobre el gimnasio. “Les da fuerza”.

Los estudiantes de USC tumbaron las puertas de la cochera, las paredes interiores y pusieron tapetes en el suelo. Recolectaron dinero para comprar sacos de boxeo y espejos. Construyeron un ring y colgaron un pizarrón que lleva un mensaje: “¡Si te sale sangre, límpiala!”.

Tres noches por semana, Sacha llega temprano para abrir el gimnasio. Cuando él y su esposa se casaron, pidieron dinero para el gimnasio como parte de su lista de regalos.

Sacha y el entrenador del Club de Boxeo de USC, Ramón Espada, a propósito mezclaron los horarios de la práctica juvenil con el de los universitarios.

“Estaba sorprendido de cuántos estudiantes de USC habían pasado más de cuatro años sin que hablaran nunca con la gente que vive en su comunidad”, dijo Sacha, quien estaba igual de impresionado de que había niños que, a pesar de haber nacido y crecido en Pico-Union, nunca habían estado en el campus de USC, que se encuentra a menos de dos millas de distancia.

Al principio, cuando Sacha llevaba a los jóvenes a correr por el vecindario, los muchachos se ponían nerviosos, preguntando si podían cambiar de ruta. El área es una compleja parrilla de fronteras para las pandillas. Sus boxeadores no se sintían seguros.

Ahora, ellos corren frente a la estatua de Oscar de La Hoya afuera del Staples Center. Algunos llevan las manos vendadas, sobre todo durante juegos de los Lakers y los Kings, porque están orgullosos ser vistos en público como boxeadores.

Por ahora, el gimnasio planea arreglárselas con entrenadores voluntarios una vez que Sacha se vaya, dijo Espada.

Con un promedio de 30 jovenes que llegan al lugar en cada práctica, los sacos de boxeo comienzan a desgastarse ylos guantes están que dan lástima. El gimnasio abrió una cuenta de GoFundMe para colectar dinero para pagarle a un entrenador y comprar equipo.

En un frío viernes por la noche, Tony Franco, un muchacho de 18 años con unos viejos zapatos Converse color gris, encabeza los ejercicios de calentamiento. Gradualmente está tomando mayor responsabilidad como entrenador asistente, preparándose para la ausencia de Sacha.

Maduro y de voz suave, Franco ha estado viniendo al gimnasio por años. Creció en Pico-Union y asegura que iba por “mal camino”. Hace tiempo fue baleado en el Toberman Park, justo detrás del gimnasio. Él tenía 11 años. El tirador nunca fue capturado. Él dice que eso lo hizo madurar rápido.

Entre los adolescentes bañados en sudor estaba también Melania Dueñas, una pequeña niña con una cola de caballo negra. Ella practicaba frente al espejo, los labios apretados al concentrarse, con la mirada fija en su propio reflejo.

Melania vino hace unos meses con una vecina, una muchacha delgada de 13 años. Y como el gimnasio no permite a menores de 12 años, tuvo que mentir sobre su edad.

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Melania se lo confesó a su madre, quien la hizo regresar y decir la verdad. Sacha la dejó quedarse. Ella quiere ser la “Pequeña Ronda” Rousey, dijo, presumiendo sus guantes rosados Everlast.

Ella lanzó un jab a un costal rojo sostenido por su mamá, María Macedonio, de 28 años, quien se ha unido a los ejercicios despues de que no había hecho ninguna actividad física en más de diez años, hasta que su hija la inspiró.

En otro costal cercano trabaja Steve Avina, de 23 años. Cuando comenzó a venir al club hace unos meses, él era como un “pequeño esqueleto”, tratando de dejar las drogas, cuenta.

La esposa de Sacha, Caitlin Patler, lo animó recientemente, diciéndole que su cara se ve más llena, más viva.

Avina creció cerca y dejó la escuela inconclusa a los 16 años. Él comenzó a venir al gimnasio para recuperarse.

“Esto me está ayudando”, dice. “Estuve realmente mal por mucho tiempo”.

Sacha lo empujó a volver a la escuela, y ahora quiere convertirse en político o psicólogo, alguien que pueda ayudar a la comunidad. Su familia le dice que es inteligente. Finalmente está comenzado a creerlo.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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