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Cómo sería, realmente, una presidencia de Donald Trump

Donald Trump parece ver la presidencia como una forma de solucionar problemas a través de la voluntad pura y la habilidad de negociación.

Donald Trump parece ver la presidencia como una forma de solucionar problemas a través de la voluntad pura y la habilidad de negociación.

(Benjamin Krain / Getty Images)
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‘Presidente Trump’. Para mucha gente es difícil pronunciar esas dos palabras juntas.

“Ni siquiera quiero pensar en ello... Dios”, expresó John H. Sununu, quien fue secretario de gabinete bajo la presidencia de George H.W. Bush. “No quiero siquiera estar en un contexto que suponga eso”.

Sin embargo, este supuesto no puede dejarse de lado. La posibilidad de que Donald Trump gane la nominación para ser el candidato presidencial por los republicanos ha crecido drásticamente con sus triunfos en los estados de primeras votaciones y su liderazgo en sondeos de aquellos estados que elegirán durante las próximas tres semanas.

Los intensos ataques que los rivales de Trump, el senador Marcos Rubio, de Florida; y Ted Cruz, de Texas, han librado en los últimos días conforman una buena vara para medir su preocupación ante la posibilidad de que Trump quede, pronto, fuera de su alcance.

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Y pese a que una gran cantidad de estrategas republicanos temen –y los demócratas esperan- que Trump no tenga ninguna oportunidad seria en una elección general, muchas de esas mismas personas predijeron con la misma confianza su derrota en las primarias.

Por ello, ante la idea de un triunfo que ya no suena descabellada, ¿cómo sería, realmente, una presidencia de Trump?

“Sería un caos”, afirmó Marcos Rubio en una entrevista con la cadena CBS, el viernes último. Según él, Trump “se niega a contestar preguntas acerca de cualquier política pública específica” y “no tiene ideas de peso en temas importantes”.

Sin embargo, las afirmaciones de Rubio no son del todo ciertas. Para los votantes interesados en la política, Trump sí ha sido frustrantemente vago. La página de problemas en su sitio de campaña es escasa. En algunas cuestiones, se niega a ser arrinconado; en otras, abiertamente admite que no sabe demasiado, tal como ocurrió cuando le preguntaron en Nevada acerca de la propiedad de tierras federales en el oeste.

No obstante, en ocho meses de campaña, con 10 debates y decenas de discursos y entrevistas, el multimillonario neoyorquino ha establecido sus prioridades y dado una idea bastante clara acerca de cómo un supuesto ‘presidente Trump’ podría enfocar su trabajo.

En términos ideológicos, Trump codifica lineamientos tradicionales, tomando prestadas algunas ideas de la izquierda, otras de la derecha. Por ejemplo, no muestra ningún interés por el objetivo conservador de larga data de reducir el tamaño del gobierno federal. En el debate del jueves último, cuando se le preguntó cómo equilibraría el presupuesto federal, Trump retomó el lema de eliminar “el despilfarro, el fraude y el abuso”, y nombró sólo dos temas específicos que recortaría: los estándares básicos comunes –que no son un gasto federal- y los poderes regulatorios de la Agencia de Protección Ambiental, que intenta trasladar a cada uno de los estados.

De hecho, una de sus promesas más específicas –para rechazar cualquier recorte a la Seguridad Social o al plan Medicare- apunta en la otra dirección. Junto con su compromiso de incrementar el gasto militar, la negativa de Trump de cortar programas para los adultos mayores pondría el presupuesto federal aproximadamente un 60% por arriba de sus límites.

También, al menos en términos generales, ha respaldado el papel del gobierno federal de garantizar la cobertura de atención de salud. En el debate del jueves, Trump se resistió a adoptar una posición más conservadora cuando Cruz y Rubio propusieron el tema.

En contraste con su vaguedad acerca del tamaño del gobierno, Trump es absolutamente claro en el tema clave de cómo ve la presidencia: el uso personal del poder ejecutivo.

En casi todas las afirmaciones que hace, Trump representa la presidencia como un escenario en el cual solucionaría los problemas a través del ejercicio de su voluntad y capacidad de negociación.

Un comentario característico surgió en una entrevista con “This Week”, de ABC, en respuesta a una pregunta acerca del presidente ruso, Vladimir Putin. “Yo he sido un negociador extremadamente exitoso. Eso es lo que he hecho a lo largo de los años”, dijo Trump. “Conozco a la gente, porque los tratos son las personas. Creo que me llevaré muy bien, por el bien de nuestro país... Me llevaré muy bien con Putin”.

Los rivales de Trump en la carrera republicana denuncian cotidianamente al presidente Obama por haber abusado de los poderes de su cargo. Trump dice que Obama actuó “estúpidamente” y que tomó decisiones equivocadas, pero tiende menos a enfatizar que el actual presidente ha intentado hacer un uso demasiado poderoso del poder ejecutivo.

No obstante, hasta los presidentes modernos más contundentes descubren rápidamente los límites de aquello que pueden hacer. “No es que él puede llegar y comenzar con una hoja de papel en blanco”, afirmó Andrew Card, quien trabajó para los últimos tres presidentes republicanos y fue durante más de cinco años el jefe de gabinete de George W. Bush. El Congreso, los tribunales y la burocracia de las agencias federales guardan sus propias prerrogativas.

“Los gobernadores tienen a entender esto mucho mejor que los ejecutivos de empresa”, quienes tienen mucha más autoridad sobre sus compañías de la que un presidente tiene en un gobierno, explicó Card. “Cuando eres presidente, no eres un dictador”.

Todo ello, de todas formas, no significa que un presidente no tenga poder. Algunos de los planes más polémicos de Trump sólo podrían llevarse a cabo mediante la autoridad ejecutiva. Muchos expertos legales creen, por ejemplo, que Trump podría imponer su proyecto de prohibir la entrada a los Estados Unidos de los extranjeros musulmanes, al menos por un tiempo, debido a que el presidente tiene amplia autoridad en temas de inmigración, especialmente en temas vinculados con la seguridad nacional.

“Le será muy fácil hacer todo aquello que puede hacerse mediante el poder ejecutivo exclusivamente. Eso incluye el manejo de las relaciones internacionales, hasta cierto punto”, señaló William Galston, de Brookings Institution, de Washington, quien trabajó en la Casa Blanca para el presidente Clinton. Por contraste, “le costará mucho hacer cualquier cosa que requiera la cooperación del Congreso”.

De ser electo, Trump tomaría el cargo con una enorme hostilidad por parte del partido republicano y con la oposición de los demócratas. Es probable que no pueda contar con mucho apoyo de uno y otro lado en el Capitolio. Eso significaría problemas para cumplir con sus promesas de construir un muro a lo largo de la frontera con México, o para deportar a los cerca de 11 millones de inmigrantes indocumentados que actualmente residen en los EE.UU. Ambas cuestiones requerirían que el Congreso apruebe millones de dólares en nuevos créditos, incluso si Trump pudiera presionar el gobierno mexicano para reembolsar a los EE.UU. por el costo del muro, algo que México afirmó no tendrá en cuenta.

En temas de política exterior, un ‘presidente Trump’ se enfrentaría a un conjunto muy diferente de limitaciones: otros países. Trump ha denunciado reiteradamente las disposiciones actuales, bajo las cuales los EE.UU. garantizan defender a sus aliados en Europa y Japón. El precandidato alega que estos países están tomando ventaja de los EE.UU. “Esos días se han acabado”, afirmó hace algunas semanas en un acto político n New Hampshire.

Si Trump realmente desea poner fin a esa obligación, debería acabar con los tratados que han definido las relaciones internacionales del país desde la década de 1950, entre ellos el tratado de defensa EE.UU.-Japón.

Esa posibilidad ya ha comenzado a preocupar a los japoneses, afirmó Kori Schake, una excolaboradora de George W. Bush, quien recientemente se reunió con autoridades de esa nación para discutir temas de defensa. Cualquier intento de cambio en el tratado podría causar que los aliados en Asia reconsideren su cooperación en temas que importan mucho a los EE.UU., apuntó.

Un cambio en ese orden tampoco ahorraría las sumas de dinero que Trump sugiere. Japón, Alemania y Corea del Sur se hacen cargo de gran parte del costo de mantener tropas de los EE.UU. en sus países, informó Schake, investigadora de Hoover Institution, de Stanford. Por ello, mantener tropas estadounidenses en Japón implica sólo cerca de un 10% más de lo que cuesta tenerlas en zonas rurales de Texas, por ejemplo.

Otras promesas de Trump también van mucho más allá de lo que un presidente puede hacer. Un elemento básico de sus recientes discursos de campaña ha sido criticar a Carrier Corp., una unidad de United Technologies Corp., por su plan de mudar dos plantas de fabricación de aires acondicionados desde Indiana a México, lo cual afirma que ocasionaría una pérdida de 1,400 puestos de trabajo. “Si yo resulto electo presidente, esto es lo que haremos”, anticipó Trump ante unas 5,000 personas reunidas en un mitin realizado en un casino y hotel de Las Vegas. “Les enviaremos una pequeña nota; los felicitamos por su mudanza, esperamos que todo salga bien”.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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