Anuncio

Así descubrí que ella sólo me quería para comer y beber gratis

Share

Si usted es un hombre que ha intentado (o considerado intentar) las citas en línea, lo más probable es que se haya preocupado ante la posibilidad de conocer a una mujer que lo utilice sólo para disfrutar de una cena gratis. Esta cuestión parece trivial en comparación con aquello que las mujeres tienen en cuenta cuando filtran hombres en sitios de citas, pero sigue siendo una preocupación de todos modos, y aún nos pasa a la mayoría de nosotros.

Soy profesor de escuela secundaria y escritor independiente, pero también soy hijo del propietario de un restaurante galardonado con la estrella Michelin. Mi perfil de citas online no hace mención a los logros de mi padre, pero en momentos de inseguridad lo he mencionado con tal de mantener la atención de una mujer que me interesa. Nunca ha salido bien, y nunca ha atraído a la mujer correcta. La persona que me ve como “Giorgio, el profesor”, o “Giorgio, el escritor” nunca ha intentado utilizarme para obtener una cena gratis. De hecho, muchas de ellas se sienten culpables si las llevo a un restaurante caro en las primeras citas. Pero aquellas que me vieron como “Giorgio, hijo del dueño de un restaurante” no tuvieron esas reservas, lo cual estaría bien, siempre y cuando pudiéramos igualmente pasar un momento agradable.

En diciembre pasado conocí a alguien que finalmente cruzó las fronteras. Ella dio el primer paso al señalar su “gusto” por mi perfil, así que yo indiqué que me gustaba el suyo. Su descripción estaba trazada con ese agudo ingenio que busco en una pareja romántica, y remarcaba que uno de sus objetivos de vida era probar los 101 restaurantes elegidos por Jonathan Gold. Sin prometer nada, destaqué que yo también soy un fan del Sr. Gold y remarqué la esperanza de que algún día también esperaba visitar sus 101 recomendaciones. Ambos teníamos el mismo humor y estábamos igualmente emocionados ante el estreno de la nueva película de la saga “Star Wars”, así que pensé que esos serían nuestros principales puntos de conexión. No fue hasta que la invité a tomar una copa que sospeché que había algo mal.

Anuncio

“No soy muy bebedora, pero tal vez podríamos cenar en algún momento”, respondió, seguido de un emoticón con una cara sonriente. Nadie tiene que ser “muy bebedor” para tomar un cóctel en la primera cita; este es un movimiento que los hombres de Los Ángeles conocen muy bien. La mujer estaba poniendo sus expectativas bastante altas desde el principio, y me dejaba saber que sus noches eran muy demandadas y que, si quería disfrutar de una de ellas, debería desembolsar más que $15 para un trago.

Le respondí que tenía el martes por la noche libre, y ella contestó: “Estoy ocupada el martes. Salgamos mejor el sábado”. A esa altura comenzaba a sonarme un poco insistente, pero pensé que quizás sólo era una idea mía. En realidad, era afortunado de que esta chica me ofreciera salir un sábado por la noche, ¿cierto?

Le sugerí que probáramos un nuevo restaurante italiano en Silver Lake, donde trabaja un viejo amigo mío. No intentaba que cenáramos gratis, sino quería sorprender a mi conocido y esperaba que, cuando esta mujer viera mis conexiones en el mundo de los restaurantes, se impresionara lo suficiente para aceptarme como pareja romántica.

Para una primera cita, había mucho en juego. Me sentía presionado a hacer demasiado, pero quería probar este restaurante de todas formas, e ir allí con una chica bonita era mejor que ir solo.

Cuando nos sentamos a la mesa, ella sugirió pedir una botella de vino, lo cual me resultó demasiado para alguien que “no es muy bebedora”. Luego comenzó a sugerir platos para compartir, que lentamente se ubicaron en el rango de los $80. Preferí declinar la botella de vino, pero las distintas entradas me resultaban muy tentadoras como para dejarla morir de hambre. Así que ordenamos cuatro platos para compartir, y no tuve que ‘luchar’ con ella por el privilegio de pagar la suma de $130 enteramente por mi cuenta.

Nuestra conversación fue mayormente superficial. Debí narrarle nuevamente información clave que ya estaba mencionada en mi perfil, como si nunca lo hubiera leído; ella seguía hablando de sus logros pasados y ambiciones futuras, pese a que por el momento vivía con sus padres.

También se esforzó en mencionar varias veces que tenía un alto nivel cuando se trata de restaurantes italianos, y finalmente llegué a un punto en el cual me pareció apropiado mencionar el nombre de mi padre. Ella nunca había oído hablar de él, ni de su restaurante.

Cuando el camarero nos trajo la cuenta, nos dio una perorata acerca de cómo su restaurante es único porque a los clientes”se les permite el privilegio” de dejar propina para la cocina, además de para quienes sirven. Le pregunté a mi cita cuánto debía dejar, lo cual es siempre una mala señal: estar tan necesitado de impresionar a alguien como para preguntarle cuánto dejar de propina, aún cuando ella no tenía la menor intención de pagar. Me respondió que debía dejar el 20%, y así lo hice.

Cuando nos íbamos, me dijo sin dudar que quería volver a verme. Me encantó su seguridad; detesto pasar los días posteriores a una salida mirando el teléfono, esperando un mensaje de texto que nunca llega. Le di un abrazo como despedida y la acompañé a abordar un auto de Uber, esperando que esto llegara a un punto donde pudiéramos conocernos mejor.

Dos días después, recibí un mensaje de texto de su parte, donde me informaba con entusiasmo que había hecho una reserva en el restaurante de mi padre. Ella iría allí el sábado por la noche, y no especificó con quién. ¿Es posible que otro pobre diablo hubiera sido engañado para pagarle a esta chica una cena cara? No, ¿por qué me contaría algo así por mensaje de texto? Hubiera sido descarado.

De todos modos, me hizo sentir incómodo; casi no me conocía. Habíamos salido una vez y ni siquiera nos habíamos besado. Imagine que un hombre vaya al lugar de trabajo del padre de una mujer después de una primera cita. Es algo raro, ¿cierto? ¿Cuál era la diferencia? ¿Me estaría probando, para ver mi reacción?

Le dije: “Guau, vas a conocer a mi papá. Qué extraño…”. “Oh, sí, supongo que sí. Le diré algo bueno de ti”.

Su rareza había asesinado oficialmente cualquier encanto que alguna vez había ejercido sobre mí. No busqué tener contacto con ella luego de eso, pero una semana más tarde ella lo hizo. Me dijo que la persona que le llevaría al restaurante de mi padre se había arrepentido y le había sugerido, como si no fuera gran cosa, que mejor fuese allí conmigo. Esto ya era demasiado extraño para mí. Hice una captura de pantalla del mensaje y se lo envié a mi mejor amigo, preguntándole qué debería hacer. “Yo diría que te largues”, me respondió.

Entonces compuse nuestro texto de despedida: “Tengo que decir que no. Para ser honesto, me puso muy incómodo que hicieras una reserva en el restaurante de mi padre cuando sólo salimos una vez. Creo que eres una gran chica; te deseo lo mejor”.

Ella me respondió rápidamente con tres textos consecutivos: “Lo siento. No fue mi intención hacerte sentir incómodo”. “Realmente no me tomo esto muy en serio”. “Buena suerte para ti”.

Tenía tantas preguntas para hacerle, por ejemplo, por qué esperaba salir a cenar en restaurantes caros y pedir botellas de vino si ella “no se lo tomaba en serio”, pero pensé que preguntar sería de mal gusto. Así que, en lugar de eso, pensé en sólo desearle buena suerte, pero no pude hacerlo porque ella había bloqueado mi número de inmediato.

Algunos hombres, frustrados después de no conseguir una segunda cita o nada de acción durante la primera, acusan erróneamente a las mujeres de “salir sólo para disfrutar de cenas gratis”. Yo no soy así. Si una mujer no desea tener una segunda cita, el motivo no es mi problema, y no la conozco lo suficiente como para lanzar ese tipo de acusaciones.

Tampoco me importa si hay mujeres que usan a los hombres para cenar gratis, porque hay un montón de hombres que usan a las mujeres para otras cosas, y al final del día nuestro trabajo es aprender de nuestras experiencias y detectar las señales de alerta, para no ser utilizado.

El autor es un escritor independiente de Los Ángeles, cuyo sitio web es GiorgioSelvaggio.com. Su padre es Piero Selvaggio, dueño de famoso restaurante Valentino, en Santa Mónica.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

Anuncio