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Amargura y desconfianza: los partidarios de Clinton y Trump provienen de un país diferente

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Entre los partidarios de Clinton y Trump hay amargura y desconfianza. ¿En qué se diferencian ambos?

En un café elegante de Miami, el día después de la elección, un hombre preocupado vigilaba el mercado de valores. Su amigo preguntaba si la elección habían sido manipulada. En una cafetería cercana, una barista trataba de averiguar por qué los sitios web de datos que ella había seguido se habían equivocado tanto.

Seguramente ninguno de ellos ha viajado jamás a Stanley, un pueblo ferroviario de Carolina del Norte, habitada por 3,600 personas, donde trabajadores de la construcción, fontaneros y un agente del sheriff fuera de servicio miraban el discurso de aceptación de la derrota de Hillary Clinton en Pete’s Grill, en Main Street. “No conozco a nadie que haya votado a Hillary Clinton”, afirmó Terry Brown, un fontanero de 55 años de edad. “Debería estar presa”, sugirió otro comensal en voz baja.

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La fisura revelada en esta elección es tan amplia como otras de la historia reciente: entre aquellos que creen que Donald Trump destruirá todo aquello que representan los EE.UU., y quienes están seguros de que eso ya ha sido demolido y que únicamente Trump puede arreglarlo.

“Quizás tengo un punto de vista sesgado porque vivo en una ciudad”, señaló Hannah Ratcliff, la barista de 25 años que reside en Miami, todavía moviendo la cabeza en señal de descrédito de que tanta gente haya votado al hombre a quien sus amigos llaman “un idiota” para representar a los EE.UU. ante el mundo. “Simplemente no creo que tengan las mismas experiencias. Conozco a mucha gente que emigró a este país, y están horrorizados”.

La elección dejó en claro que, en muchos casos, los partidarios de Clinton y Trump provienen de dos EE.UU., con diferentes experiencias de vida y desconfianza mutua.

Clinton ganó el voto popular con partidarios agolpados en distintos centros urbanos, con grandes cantidades de inmigrantes, menos afiliación religiosa y mayores oportunidades educativas y económicas.

El camino electoral de Trump abarcó el país, ignorando mayormente esas metrópolis y serpenteando por las ciudades religiosas del sur, el vasto corazón rural y el antiguo cinturón industrial del norte, que alguna vez fue la base de la coalición sindical demócrata.

Los partidarios de Trump expresaron durante toda la campaña que se sentían ignorados por las élites de las costas, cuya influencia sobre los medios, la política y la cultura les parece abrumadora. Muchos se regodearon en la descripción que Clinton hizo de ellos como una “cesta de deplorables”, entendiéndola como la prueba del desprecio que se siente por ellos.

Ellos se preocuparon por los cambios societales y su efecto en los empleos, la inmigración y la seguridad; tal fue su preocupación que estuvieron dispuestos a tomar lo que muchos consideraban ‘un riesgo’. “Estamos entrando en lo desconocido”, señaló Tommy Morrison, de 55 años, propietario de una compañía local de limpieza en Stanley, quien votó por Trump. “Los individuos más educados, universitarios, liberales y progresistas sienten que el país retrocederá. To lo veo de forma positiva: volvemos a nuestras raíces y a los valores cristianos que nos fundaron”. Morrison también ofreció una señal de paz con Clinton; admitió que admiraba su trabajo duro y que creía que ella ama el país, aún cuando su bagaje le jugó en contra.

Samantha Miller, una asistente legal de 47 años de edad, asistió a un mitin en Virginia Beach el mes pasado, preocupada ante la posibilidad de que los EE.UU. estén ocupados “con los países del Tercer Mundo”, para ayudar en guerras o asistir a otros, en lugar de “cuidarse a sí mismo” en primer lugar. “A nosotros nadie nos ayuda”, dijo.

Trump aprovechó esa ansiedad con nostalgia de una versión de los EE.UU. post Segunda Guerra Mundial, cuando las victorias en el extranjero y el camino hacia la seguridad económica para los blancos trabajadores eran más claras de lo que son en el mundo moderno, con desordenados enfrentamientos extranjeros y pocos caminos hacia la prosperidad para aquellos sin educación universitaria.

En repetidas ocasiones Trump mencionó que esta elección representaba “la última oportunidad” de reclamar la grandeza pasada, y declaró en su discurso de aceptación: “Los hombres y mujeres olvidados de nuestra nación dejarán de serlo”.

Los partidarios de Clinton argumentan que no pueden captar la furia de los defensores de Trump, que algunos atribuyen al racismo o la xenofobia. Muchos señalaron el miércoles que subestimaron la frustración del otro lado. “E

“Había una sensación de enojo”, expresó Richard Bloomingdale, presidente de los 800,000 miembros de AFL-CIO de Pensilvania, quien dijo estar sorprendido por la indiferencia que muchos votantes expresaron cuando sus miembros tocaban a la puerta y hacían llamadas telefónicas en defensa de Clinton. “No les importaba que [Trump] fuera misógino, o que insultara a las personas con discapacidad”, afirmó. “Simplemente no les importaba”.

También señaló a los condados industriales y mayormente blancos, alrededor de Scranton y Wilkes-Barre, donde Clinton tuvo un peor desempeño que el presidente Obama hace cuatro años. En el condado Luzerne, la demócrata obtuvo cerca de 13,000 votos menos que Obama.

La campaña puso al descubierto la convicción de cada lado de que el país no sólo declinaría, sino que se desmoronaría, si el otro bando ganaba las elecciones. Y ambos lados estaban seguros de su victoria, una creencia reforzada por sus redes sociales y las personas a quienes veían en la tienda de comestibles. “Tengo muchos amigos en Facebook que están orando por él”, afirmó Bonnie Zink, una maestra jubilada de Sylva, Carolina del Norte, quien condujo cerca de una hora desde su casa, cerca de Smoky Mountains, para ver a Trump en un recinto ferial, el mes pasado.

Zink y su esposo, Jim, habían intentado asistir a dos mitines anteriores, pero no lograron ingresar porque los boletos eran escasos. La mujer estaba segura de que el país se derrumbaría si Clinton ganaba, tal como Cathy Murphy, una supervisora carcelaria de 54 años de edad, que condujo 50 millas para asistir al mismo mitin, el quinto del que participaba durante esta elección. “Estos aterrorizada de sólo pensar en esa posibilidad”, señaló. “Me siento tan mal de pensarlo que podría vomitar en sus zapatos”, afirmó.

Muchos de los partidarios de Clinton, especialmente las minorías, se sienten olvidados en los EE.UU. de Trump. “HE intentado procesarlo durante toda la mañana”, señaló Julius Hayes Jr., un veterano afroamericano de la Fuerza Aérea, quien se retiró de su trabajo de protección infantil en Filadelfia.

Hayes pasó todo el miércoles intercambiando llamadas telefónicas y mensajes de Facebook con amigos, quienes estaban igual de aturdidos. “Él dijo todo lo que dijo, y tuvo el apoyo del KKK y el partido nazi”, afirmó Hayes. “Escuchas a los expertos, y dicen que la gente quería un cambio en Washington. OK, lo entiendo, pero no este tipo de cambio”.

En los hogares latinos, la victoria de Trump provocó lágrimas y silencios. José Martínez, de 30 años, llegó al país desde Puebla, México, hace una década. El hombre dirige un supermercado en un vecindario trabajador del sur de Filadelfia, donde los inmigrantes de México y Camboya toman ahora el lugar de los italianos y judíos que se establecieron allí en décadas pasadas.

Durante toda la mañana, contó, sus clientes hablaron de qué haría Trump. Algunos amigos tienen hijos que vinieron al país de forma ilegal y obtuvieron protección para evitar una deportación bajo el programa de Obama, que ahora Trump desea finalizar. Martínez tiene dos hijos, nacidos en los EE.UU. “Mi hija lloraba”, aseguró el hombre, quien está en el país con una serie de visas. “Ella pensó que podríamos meternos en problemas, y que él expulsaría a todo el mundo; que tendríamos que irnos”. Cuando se le pregunta a Martínez qué fue lo que le dijo a su hija, él responde. “Que no se preocupe, que nosotros seremos felices en cualquier sitio”.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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