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La guerra de Trump contra el periodismo

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En los Estados Unidos de Donald Trump, el mero hecho de reportar noticias poco halagadoras para el presidente se expone como una evidencia de sesgo, y en ese marco los periodistas son calumniados como “enemigos del pueblo”.

Los hechos que contradicen la versión de la realidad de Trump son desechados como “noticias falsas”. Los reporteros y sus organizaciones de noticias son “patéticos”, “muy deshonestos”, “fracasados” e incluso, en un giro memorable, “una pila de basura”.

Trump no es, desde luego, el primer presidente estadounidense que se queja de los medios de comunicación o intenta influir en la cobertura. El presidente George W. Bush consideraba que la prensa era elitista y “hábil”. La operación de prensa del presidente Obama intentó excluir a los periodistas de Fox News de las entrevistas, impidió que muchos funcionarios hablaran con los medios y, lo más preocupante, enjuició a más fuentes e informantes de la seguridad nacional que todos los otros mandatarios combinados.

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Pero Trump, fiel a su estilo, ha escalado en la relación tradicionalmente adversaria con los medios, de maneras demagógicas y potencialmente peligrosas.

La mayoría de los presidentes, aun irritados, siguieron reconociendo -al menos públicamente- que la prensa independiente juega un papel esencial en la democracia estadounidense. Han admitido que, si bien ninguna organización de noticias es perfecta, los informes honestos hacen responsables a los líderes e instituciones; por eso la prensa libre está protegida por la Primera Enmienda y el periodismo abierto y sin trabas se considera un emblema de un país libre.

Pero Trump parece no comprar esa idea. En su primer día en el cargo, llamó a los periodistas “algunos de los seres humanos más deshonestos de la tierra”. Desde entonces ha condenado regularmente el periodismo legítimo, tildándolo de “noticias falsas”.

Su gobierno ha bloqueado a las principales organizaciones noticiosas, incluyendo L.A.Times, en las sesiones informativas, y su secretario de Estado decidió viajar a Asia sin el acompañamiento de la prensa, rompiendo así una antigua tradición.

Esto puede parecer un extraño comportamiento para un hombre que consume noticias escritas y por televisión tan vorazmente, y que es en muchos sentidos un producto de los medios. Él proviene de la televisión de realidades, de los programas de radio con Howard Stern, de las páginas de chismes de los tabloides neoyorquinos, para cuyos columnistas era una fuente habitual.

Sin embargo, la estrategia de Trump es muy clara: al calificar a los reporteros como mentirosos, aparentemente espera desacreditar, interrumpir o intimidar para silenciar a cualquiera que desafíe su versión de la realidad. Al socavar la confianza en las organizaciones de medios, deslegitimar el periodismo y confundir los hechos para que los estadounidenses no sepan a quién creerle, puede negar, distraer y propulsar la inverosímil trama de su administración.

Se trata de una estrategia cínica, con algunos tonos espeluznantes. Por ejemplo, cuando llama a los periodistas “enemigos del pueblo”, Trump (lo sepa o no) se hace eco de Josef Stalin y otros déspotas.

Pero es una estrategia eficaz. Tales ataques son políticamente oportunos en un momento en que la confianza en los medios es tan baja como siempre, según Gallup. Y son especialmente resonantes entre los partidarios de Trump, muchos de los cuales ven a los periodistas como parte de un pantano que necesita ser drenado.

Desde luego, no somos perfectos. Para algunos lectores, las organizaciones de noticias son demasiado cínicas; otros señalan que son demasiado elitistas. Algunos exponen que minimizamos noticas importantes, o que las ignoramos por completo. Los conservadores a menudo perciben un sesgo liberal inquebrantable en los medios (mientras que los críticos de la izquierda consideran que las grandes corporaciones mediáticas, como L.A. Times, son irremediablemente centristas).

Hacer el mejor trabajo posible, y mantener la confianza del público en tiempos turbulentos, requiere de una constante autoevaluación y evolución. Momentos introspectivos -como los ocurridos luego de que el New York Times fuera criticado por su cobertura de la administración Bush y la guerra de Irak, o más recientemente, cuando los medios fallaron en tomar la candidatura presidencial de Trump con suficiente seriedad durante el inicio de su campaña- nos pueden ayudar a hacer un mejor trabajo para los lectores. Aun cuando no son impecables, los medios siguen siendo un componente esencial del proceso democrático, y no deberían ser socavados por un presidente.

Algunos críticos han argumentado que si Trump trata a los medios como “el partido opositor” (una frase que su asistente sénior, Steve Bannon, ha empleado), entonces los periodistas también deberían comenzar a actuar como oponentes. Pero eso sería un error. El papel de una institución como Los Angeles Times (o el New York Times, el Wall Street Journal o CNN) es ser independiente y activa en la búsqueda de la verdad; no tomar partido. Las páginas editoriales son la excepción: en ellas podemos expresar nuestras opiniones respecto de Trump. Pero las páginas de noticias, que se manejan por separado, deben informar intensamente y sin prejuicios, parcialidad o partidismo.

Dado los peligros reales que plantea este gobierno, debemos ser infatigables en cubrir a Trump, pero no debemos dejar que su actitud intimidatoria nos convenza de ser otra cosa más que objetivos, justos, abiertos y tenaces.

Los fundamentos del periodismo son más importantes ahora que nunca. Mientras el presidente de los Estados Unidos lanza un ataque directo a la integridad de los principales medios de comunicación, las organizaciones de noticias -entre ellas L.A.Times- deben ser valientes en sus informes y resueltas en la búsqueda de la verdad.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Cuarto artículo de una serie de seis.

Traducción: Valeria Agis

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