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Es la marsopa más pequeña del mundo, pero generó una lucha enorme en Baja California

The Sea Shepherd Conservation Society is fighting the eradication of the world’s most endangered sea mammal, the vaquita. (Video by Carolyn Cole / Los Angeles Times)

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La pequeña marsopa que nada en las costas de Baja California podría ser la criatura más solitaria del mar.

Hace dos décadas, 600 vaquitas marinas recorrían estas aguas color turquesa. Hoy en día quedan menos de 30 de ellas, las únicas restantes en todo el planeta.

La vaquita -cuyo rostro rechoncho, amplia sonrisa y ojos con anillos negros le valieron el apodo de ‘panda del mar’- se está acercando peligrosamente a su extinción debido al apetito desmedido de una clase media en expansión que se encuentra a 8,000 millas de distancia.

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Cientos de vaquitas han muerto en los últimos años, atrapadas en redes destinadas a la pesca de totoaba -o corvina blanca-, un gran pez cuya vejiga natatoria cosecha miles de dólares en el mercado negro en China, donde se cree que posee propiedades medicinales.

La perspectiva de que la vaquita pueda desaparecer en cuestión de meses ha inspirado una polémica campaña de conservación y el gobierno mexicano ha prohibido toda la pesca con redes en una gran franja del Mar de Cortez, el estrecho golfo que separa Baja California del México continental.

El gobierno pagó decenas de millones de dólares para ayudar a los pescadores locales, cuyo oficio fue súbitamente proscrito. Pero el dinero no logró apaciguar la creciente ira en la ciudad portuaria de San Felipe y otras comunidades costeras tendidas a lo largo del este de Baja California, donde ven a los activistas y ecologistas que han llegado a la zona como intrusos extranjeros, más preocupados por un puñado de criaturas marinas que por los medios de subsistencia de los mexicanos locales.

“¿Por qué vienen de otros países a decirnos lo que debemos hacer?”, preguntó David Flores, quien dirige un pequeño mercado de pescado ubicado sobre un camino de tierra en la zona.

La vaquita es la marsopa más pequeña del mundo, con el rango geográfico más pequeño de cualquier mamífero marino: su hábitat completo es un tercio del condado de Los Ángeles. Sin embargo, se ha convertido en una famosa causa internacional.

Celebridades de Hollywood han tuiteado al respecto, grupos internacionales de conservación lanzaron campañas y la Marina de los EE.UU. se ofreció a prestar sus delfines entrenados, este otoño, para ayudar a capturar las marsopas restantes y transferirlas después a una instalación especial.

Debido a que las vaquitas tardan hasta seis años en alcanzar la madurez sexual, y luego dan a luz solo cada dos años, se ha incluso hablado de clonarlas. Pero a pesar de todos los esfuerzos, varias marsopas muertas han aparecido en las costas en los últimos meses.

El problema, señalan las autoridades, es que el comercio ilegal de la totoaba es más lucrativo que el tráfico de cocaína. Los pescadores mexicanos han exportado vejigas de corvinas blancas a China por décadas, pero en los últimos años, debido a la expansión de la economía en dicha nación, la demanda se ha disparado.

En 2013, un ciudadano estadounidense fue atrapado contrabandeando 27 vejigas natatorias de totoabas a través de la frontera mexicana. En su casa, en Caléxico, las autoridades hallaron otras 214 -con un valor estimado de más de $3.6 millones de dólares-.

A fines de 2015, una embarcación que transportaba cerca de una docena de acérrimos activistas oceánicos partió hacia el tranquilo puerto de San Felipe. La Sea Shepherd Conservation Society llegó allí para reforzar el cumplimiento de la prohibición de redes instituida por el gobierno mexicano, pero que no estaba siendo debidamente controlada. Desde entonces, cada día, un grupo de voluntarios vigilantes de todo el mundo arrastran y destruyen redes colocadas ilegalmente por pescadores mexicanos. A veces, algunos preguntan a los activistas por qué no dedican sus recursos a cuestiones ecológicas más importantes. Su respuesta es que consideran la vaquita como un símbolo pequeño, pero poderoso.

“Si no somos capaces de salvar una pequeña marsopa que no necesita nadie, ¿cómo podremos salvar a todos los otros animales desconocidos en peligro de extinción?”, cuestionó Raffaella Tolicetti, de 30 años, encargada de un segundo barco de Sea Shepherd, el Sam Simon, que el año pasado se unió a la primera embarcación para patrullar el área que el gobierno mexicano declaró como un refugio de vaquitas.

Desde la década de 1970, la organización Sea Shepherd lleva a cabo decenas de campañas para ayudar a salvar la vida marina de la destrucción humana en todo el mundo. La entidad es famosa por sus agresivas cruzadas contra la caza de ballenas en la Antártida, donde sus tácticas -que incluyen embestir a buques cazadores- fueron documentadas por un programa de TV llamado “Whale Wars”.

Apodados los ‘ecoterroristas’ por el gobierno japonés, y considerados demasiado radicales por Greenpeace, los activistas del Sea Shepherd adoptan una actitud y una estética que podría llamarse ‘pirata punk’. El uniforme oficial del grupo es una camiseta negra adornada con una calavera pirata al estilo de la bandera Jolly Roger, cruzada por un bastón y un tridente.

Tolicetti, quien ha pasado la mayor parte de los últimos ocho años a bordo de barcos de Sea Shepherd alrededor del mundo, se unió a la campaña en México junto con su esposo y una diversa tripulación de voluntarios, que incluyen a un patólogo australiano, un estudiante de ingeniería oriundo de Nueva Jersey y una joven arquitecta francesa que viajó a México porque estaba harta de la vida en la oficina y de mirar fijamente una computadora.

En una reciente tarde, mientras el sol se sumergía por debajo de la escarpada cordillera que bordea la costa occidental del mar, Tolicetti contempló las aguas mientras otro activista seguía a varios barcos en una pantalla infrarroja.

Ante una tormenta en movimiento, la tripulación había anclado por la noche. No obstante, por lo general cuando los activistas creen haber identificado un barco de pesca de totoabas, aceleran hacia él y lanzan drones con cámaras para registrar actos ilegales.

También publican videos online y comparten evidencia con la marina mexicana. Los pescadores enojados intentan a veces derribar sus drones con botellas y otros objetos.

Mientras que algunos países han tratado de detener el activismo de Sea Shepherd, esta vez el grupo cuenta con la aprobación del gobierno mexicano; una señal, en parte, de la incapacidad de los funcionarios de contener a los pescadores furtivos por su cuenta. Buques de la marina a menudo se acercan a los barcos de Sea Shepherd y ofrecen ayuda para recuperar las redes, que Tolicetti considera “indiscriminadas máquinas de matar”.

Hasta el momento, el grupo ha recuperado y reciclado cientos de redes ilegales, que también atrapan delfines, ballenas y otras especies. “Cuando sacas una red del océano, parece como si las aguas respiraran nuevamente”, expresó Tolicetti.

Pero en las comunidades costeras de Baja, muchos residentes no comprenden por qué su gobierno ha permitido a un grupo de activistas arruinarles los medios de subsistencia. Hace pocos meses, cientos de pescadores de San Felipe pidieron la salida de los ecologistas de forma drástica: pintaron “Sea Shepherd” en el costado de un viejo barco y lo quemaron, vitoreando.

A un líder de la protesta, Sunshine Antonio Rodríguez Peña, se le ordenó recientemente mantenerse alejado del capitán del Sam Simon, luego de que éste presentara una orden de restricción en su contra.

Juan Pablo Mesa, de 21 años, comprende la ira de su comunidad. Su abuelo era pescador, su padre también lo fue, y él mismo comenzó a pescar camarones a sus 12 años de edad. Antes de la prohibición, Mesa y su tripulación pescaban entre 400 y 700 libras de camarón por viaje y ganaban cerca de $3,000 dólares al mes.

En 2015, el presidente Enrique Peña Nieto viajó a San Felipe y anunció un plan de gran alcance: el gobierno ampliaría fuertemente la reserva de vaquitas que había creado originalmente en 1993 y brindaría ayuda a los pescadores para desarrollar redes y trampas ‘amigables’ para estas pequeñas marsopas.

Desde 2015, el gobierno le paga a Mesa un estipendio de $430 dólares al mes para mantenerlo alejado del agua. El joven se queja de que el plan gubernamental para desarrollar las nuevas técnicas se está demorando demasiado.

En una tarde reciente, Mesa trabajaba en un proyecto de construcción en un pequeño campamento en la playa de San Felipe, cuyos hoteles económicos y farmacias -que ofrecen Viagra y otras drogas sin receta- ayudan a atraer a una corriente pequeña pero constante de turistas estadounidenses. Anteriormente, con sus amigos solían pasar días en el mar en excursiones de pesca, haciendo ejercicios juntos en la cubierta para pasar el tiempo y respirando el aire del océano mientras dormían. Ahora están anclados en tierra, dijo, y han comenzado a engordar. Además, a raíz de la prohibición de redes el pescado ha aumentado en el mercado, y entonces los lugareños comen más hamburguesas. “Es una vida completamente distinta”, aseguró. “Extraño el pasado”.

En un reflejo de la desconfianza de los mexicanos acerca de sus líderes, Mesa y otros sugieren que el gobierno podría estar usando las vaquitas como una excusa para despejar las aguas y permitir así que comience la exploración de petróleo. Después de todo, afirma el joven, él nunca ha visto una vaquita en la vida real. “Creemos que es una mentira, un pretexto para conseguir petróleo”, expone.

O quizás la vaquita sí existe, argumenta, pero está muriendo por otras razones. Mesa culpa a los estadounidenses, que toman tanta agua del río Colorado que ésta ya no fluye hacia el golfo, incrementando así la salinidad del Mar de Cortez. También comprende por qué tantos pescadores de totoaba no han cesado sus prácticas; “sólo intentan sobrevivir”, dijo.

En tanto, los ecologistas están decididos a frustrarlos. En una mañana reciente, el Sam Simon cortaba patrones en el agua, arrastrando detrás de él dos grandes anzuelos diseñados para enganchar redes cuando, de repente, una línea se tensó. Caroline Scholl-Poensgen, de 20 años, una desgarbada estudiante de ciencias medioambientales oriunda de Alemania, saltó a un bote más pequeño junto con Giacomo Giorgi, de 34, un rockero punk italiano, y se dirigieron velozmente hacia la zona donde el gancho había atrapado la red.

“Oh, huele a totoaba”, afirmó Giorgi, cubriéndose la nariz con su camisa. Sus pantalones camuflados revelaban sus piernas cubiertas de tatuajes, entre ellos la palabra ‘animal’ en su pantorrilla derecha y el término ‘liberación’ en la izquierda.

Efectivamente, al tirar de la red hallaron el cuerpo en descomposición de un gran pez blanco, del tamaño de un niño pequeño. Su estómago estaba abierto y habían extraído la vejiga natatoria; los órganos flotaban fuera del cuerpo.

Un activista asignado al equipo de medios documentó el pez muerto con su cámara antes de que Scholl-Poensgen lo liberara a las aguas, mientras su carne caía en trozos. Mientras la joven lo arrojaba al mar, pájaros negros revoloteaban, hambrientos.

El grupo no divisó ninguna vaquita, pero ella y Giorgi hallarían 11 cuerpos de totoabas más tarde, ese mismo día.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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