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Negocios buscan adaptarse a la ola del cambio en Santa Ana, un rincón que solía ser netamente latino

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Los vestidos de quinceañera repletos de pliegues de organza ya no ocupan el lugar privilegiado en Genesis Bridal Boutique, en la céntrica “Calle Cuatro” de Santa Ana.

Los trajes brillantes que han ataviado a incontables chicas en sus fiestas de 15 años ahora están relegados en la parte trasera de la tienda. Los clientes que ingresan al lugar son recibidos por un vestido de novia, blanco, sin tirantes. Detrás de él se alinean trajes para damas de honor, con líneas claras, pocos adornos y tonalidades tenues, como malva, lila y verde mar, en lugar de fucsia o azul metálico.

Lo que parece un simple giro de la moda en este pequeño rincón de la comunidad inmigrante mexicana del condado de Orange es, en realidad, una puntada estratégica de la dueña del negocio, Lilia Cerpa, para apelar a los recién llegados al barrio: gente más joven, con más dinero, y probablemente blancos. “Los nuevos clientes… estadounidenses y las generaciones más jóvenes de hispanos, son más selectivos”, señala Cerpas, de 53 años, en español. “Ya no quieren tantos pliegues en sus vestidos”.

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En este frente de batalla interminable acerca de la gentrificación, algunos comerciantes y activistas se han opuesto a la ola de cambio. Otros, como Cerpas, han decidido unirse a la vieja máxima: si no puedes contra ellos, únete a ellos. Algo por el estilo.

Durante generaciones, el centro de Santa Ana ha sido un mercado para los inmigrantes, primordialmente de habla hispana -muchos de ellos recién llegados de México, que compraban allí muchos bienes y servicios que no podían hallar en su tierra natal-. Tal como ocurría en Broadway, en el centro de Los Ángeles, los negocios de 4th Street dedicados a latinos hicieron viable ese distrito luego de que la población blanca dejara la zona, décadas antes.

Pero desde la Gran Recesión, muchas de esas firmas han tenido dificultades. La clientela a la cual habían atendido por tantos años, ya con escasos medios, tenía problemas para pagar la renta y poner comida sobre la mesa. Algunos de ellos regresaron a México. “Nuestro mundo cambió en 2008”, señala Claudia Arellanes, propietaria de Mega Furniture junto con su esposo, Arturo Arellanes. “Solía ser una mina de oro para los negocios latinos, y luego llegó la recesión. La población de indocumentados disminuyó. Ya no tenemos mucha de esa clientela”.

Hace algunos años, la pareja trasladó los pesados sofás caoba, con tapicería, muy populares entre los inmigrantes latinos, hacia la parte trasera de la tienda. Ahora, sillones de color rojo y al estilo “Mad Men” captan el centro de la atención, al frente del salón.

“Nos hemos modernizado, y creo que eso es bueno”, afirmó Arellanes. “Nadie me está desplazando; yo misma lo hago si no me adapto. Uno debe adaptarse al cambio para sobrevivir”.

Para ella, muchos clientes son latinos de segunda y tercera generación, con gustos distintos a los de sus abuelos y padres. “La chica de preparatoria que se graduó este año no querrá llevar un vestido como el que usaba su abuela, ¿cierto?”, estimó.

Pero los organizadores comunitarios argumentan que, quienes no son del vecindario, en coordinación con las autoridades municipales, están intentando de forma sistemática borrar un enclave de inmigrantes en una ciudad formada casi por un 80% de latinos, al incorporar restaurantes gourmet y tiendas de última moda, con precios que los residentes no podrán pagar.

“El cambio puede ser normal, en un sentido general, pero la gentrificación no lo es. La gentrificación es a menudo un proceso que involucra a las asociaciones públicas y privadas. En Santa Ana, al menos, es así. El cambio fue diseñado”, afirmó Erualdo González, un profesor asociado de estudios chicanos en Cal State Fullerton, quien investiga el tema.

Esta ola de nuevos restaurantes y tiendas en lo que ahora se llama el East End del centro de Santa Ana es la más reciente encarnación de las asociaciones públicas y privadas que llevan a la gentrificación, señaló el experto.

Walter Ayala, quien ha operado la agencia de viajes Holiday Travel por 22 años en 4th Street afirmó que no sabría cómo atender a los recién llegados. “Los estadounidenses no están interesados en entrar a mi negocio; ellos compran sus billetes en línea. Son los latinos mayores los que todavía compran en las agencias, porque quieren la seguridad y atención personalizada que yo puedo brindar”, estimó.

Pero incluso esos clientes no compran como antes, indicó, mientras señalaba a una fila de sillas vacías en su tienda. También influye el costo del estacionamiento en el centro, que sigue subiendo, aclaró Ayala, y hace menos asequible para muchas personas acercarse hasta su tienda. “Esto solía estar lleno durante la semana, y los fines de semana mucho más. Estaba repleto apenas hace tres o cuatro años. Solía tener otros tres empleados; ahora estoy yo solo”, aseguró.

Algunos de sus clientes entraban a su comercio luego de visitar un mercado que solía instalarse a unas pocas cuadras y que ahora fue reemplazado por el 4th Street Market, promocionado como un “polo culinario progresista” , popular entre los hipsters.

Teresa Saldívar es propietaria de Teresa’s Jewelers, en el extremo oeste de 4th Street, hace 30 años. Mientras que la mayoría de sus clientes siguen siendo latinos, comentó, ahora también hay más asiáticos, blancos y gente joven que ingresa a su tienda, en parte porque comenzó a vender joyas hechas con metales distintos al oro amarillo.

Cuando hizo el cambio, en la época de la recesión, fue advertida por otro dueño de un comercio de joyas: “Estás cometiendo un grave error. Los latinos nunca compran platino”. Poco después, ese empresario quebró, relata Saldívar.

La concejal Michele Martínez, quien representa el área de 4th Street de Santa Ana, sostiene que la idea del éxodo latino es exagerada y que los negocios “están apelando a una nueva generación de ellos”.

“Se advierte que algunas tiendas están haciendo una transición hacia los latinos con más dinero y las generaciones más jóvenes, a quienes les gustan las marcas y difieren de sus padres”, comentó. “Ellos gastan dinero en comida, en restaurantes del centro y en entretenimiento”.

Cerpas, la propietaria de Genesis Bridal, vio venir el cambio en 2012, cuando Playground -un moderno pub gastronómico- se instaló en Santa Ana. Cansada de luchar con un edificio en ruinas, con goteras en el techo y poco espacio, apeló a sus ahorros y pidió un préstamo. Halló una nueva tienda y le agregó la palabra “boutique” a su nombre comercial. Junto con su esposo instalaron iluminación empotrada, pisos de madera, una elegante lámpara de techo, espejos con marcos de madera y un sofá de terciopelo. El espacio es luminoso y amplio, y los bastidores son suficientemente grandes como para apreciar bien los vestidos, detalló Cerpas, quien asegura haberse inspirado en “las tiendas de lujo” de Newport Beach.

Luego de su cambio, Lilia Cerpas perdió a la mayoría de sus seguidores, pero tiene la esperanza de recuperarlos con el tiempo. En tanto, ha hecho nuevos clientes. Pese a todo, la gente le dice que los inmigrantes se sienten muy intimidados de entrar a su tienda porque luce demasiado exclusiva.

“Realmente quería cambiar la imagen del negocio. No quiero ser otra tienda más de quinceañeras de 4th Street. Hay demasiados que se resisten al cambio”, dijo. La cuestión es que, para cambiar, realmente necesitas trabajar duro. Y también precisas algo de dinero”, agregó.

Su propio negocio de quinceañeras tiene un revestimiento antiguo, fotos de niñas y una imagen de la Virgen de Guadalupe. Hay muebles plásticos de jardín y una mesa redonda con catálogos deteriorados de vestidos brillantes y llenos de pliegues.

Vicky Cerpas cuenta que solía emplear a cinco mujeres, pero que ahora trabaja sola. La recesión y un costoso divorcio han hecho que sea difícil pagar la renta.

“Adaptarme ha sido complicado para mí”, señaló. “No tengo el dinero para hacerlo”.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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