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El plan de una madre con enfermedad terminal: comprar un arma, rentar un cuarto de hotel y matar a su hijo

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I: Una decisión desesperada

Lai Hang tenía cuatro meses de vida, y no había tiempo que perder. El mismo día, en 2015, en que se enteró de su pronóstico de cáncer, llenó el papeleo y comenzó un período de espera de 10 días para comprar una pistola.

Luego le pidió a una amiga de la infancia, Ping Chong, que guardara sus registros, incluyendo el certificado de defunción de su esposo, quien había muerto de cáncer tres años antes.

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Chong, reacia a confrontarse con la perspectiva de la muerte de su querida amiga, al principio se negó. Pero Hang, quien nunca había gritado en su vida, golpeó la mesa con el puño debilitado por la quimioterapia y le ordenó a Chong que tomara su pedido en serio.

La mujer aceptó. Entendía que Hang estaba profundamente preocupada por lo que podría ocurrir con su hijo George, de 17 años de edad, después de su muerte. Nadie sabía lo desesperada que estaba al respecto.

II: La familia se desentraña

Chong había comenzado a vislumbrar signos de caos en la casa de Hang en los meses anteriores: un iPad estrellado, una jabonera rota en la ducha, una perilla de la puerta averiada.

Hang afirmó que se trataban de accidentes, pero Chong sospechaba que la mujer escondía algo.

Ambas habían crecido en Laos y asistido juntas a la primaria. Sus familias se trasladaron a Hong Kong cuando ambas eran adolescentes, y Chong recuerda que pasaban juntas los fines de semana, en sus pequeños departamentos, donde organizaban fiestas y cenas.

Llamada ‘Eva’ por sus amigos, Hang era hermosa, inteligente y ambiciosa, dice Chong. Había ganado una beca para estudiar diseño gráfico en Tokio en tiempos donde era raro que las mujeres asistieran a la universidad. En 1992 se mudó a los EE.UU. para casarse.

Junto con su flamante esposo, Peter, abrieron una imprenta en la calle principal de Alhambra, y por dos décadas vivieron el ‘sueño americano’. Mientras Quality Printing and Graphics prosperaba, la pareja compró una pequeña casa en una comunidad cerrada en Rosemead.

Ambos tuvieron a George en 1998, el mismo año en que el hijo de Chong nació.

Cuando ambas se reunieron, Chong estaba feliz por la coincidencia que las había vuelto a reunir en sendas similares de la vida: habían sido amigas en la infancia, en la adolescencia, ambas se habían casado y habían sido madres, y ahora sus hijos podrían crecer juntos.

Pero en 2012, Peter fue diagnosticado con cáncer. Poco después, los médicos hallaron tumores en el pecho y en el cerebro de Hang.

Peter falleció durante el primer año de George en Gabrielino High School, y el niño sufrió mucho la pérdida, relata Chong; se retrajo, sus relaciones con sus amigos cambiaron. Durante el tratamiento de salud de su amiga, Chong la visitaba en su casa en Rosemead varias veces por semana y le llevaba helado de mango o de café para aliviar el dolor de la quimioterapia.

Allí comenzó a ver señales de la angustia familiar: el jardín que Chong había ayudado a George a plantar después de la muerte de su padre -pimientos, tomates, fresas y berenjenas- estaba destruido.

Una mesa del hogar estaba cubierta con libros y recortes sobre Adolf Hitler y una plantilla para dibujar esvásticas.

El hijo de Chong, quien estaba en la misma clase que George, había hecho un proyecto acerca de la Segunda Guerra Mundial, pero eso había sido meses antes. ¿Por qué George tenía todas esas cosas de Hitler en la mesa?

Chong nunca escuchó a Hang decir algo negativo acerca de su hijo. “Si había algo malo en él”, afirmó, “sólo lo sabía ella”.

Pero un día, cuando su boleta de calificaciones llegó a casa llena de calificaciones ‘F’, lo describió con un término extraño: seoi zai, una frase cantonesa que en su uso más inocuo significa travieso o petulante, pero en la connotación más oscura representa ‘niño endiablado’.

III: Sufrir en silencio

En algún momento después de la muerte de su padre, George recibió un diagnóstico: esquizofrenia.

Los tabúes acerca de las enfermedades mentales impregnan toda cultura, y la investigación demuestra que las familias asiático estadounidenses son las menos propensas, entre todos los grupos raciales, a hacer uso de los servicios de salud mental.

Hang sí buscó tratamiento para George. Pero incluso cuando los pacientes asiáticos recurren a la ayuda profesional, su familia y amigos a menudo no hablan abiertamente del tema, y por lo tanto se pierden una importante parte de esa terapia informal, señaló Glenn Masuda, director asociado del Asian Pacific Family Center, en Rosemead.

El silencio, sostienen los expertos, puede fomentar una relación profunda e insalubre entre un padre cuidador y un hijo severamente enfermo. Hang le pidió en una ocasión a Chong, quien trabaja en una farmacia tradicional china, su opinión acerca de la receta médica para el adolescente. La mujer la miró demasiado rápido, le dijo que siguiera la recomendación médica y cambió de tema, afirmó.

En otra oportunidad, Hang le pidió que la acompañe a una de las citas de George en el centro familiar de Rosemead, pero Chong sintió que no era adecuado escuchar. Ella giró su cabeza y mantuvo distancia para no oír.

Ambas eran tan íntimas como dos amigas pueden ser. Pero carecían del vocabulario emocional necesario para discutir directamente las tragedias, explicó Chong.

Las dos hacían sido criadas para creer que la manera correcta de respetar el dolor de otra familia era mediante la intimidad, y ahorrándole la vergüenza social del sufrimiento público.

Hablar de la carga de Hang, pensaba Chong, empeoraría las cosas. Por eso se mantuvo en silencio mientras su amiga luchaba a solas con la duda de qué le sucedería a George después de su muerte.

IV: Asesinato en masa por TV

La esquizofrenia, sostienen los expertos, es propensa a la mala interpretación en cualquier circunstancia, y la de George surgió en un momento particularmente problemático para la familia y el país. Las noticias acerca de los tiradores masivos aparecían a menudo en la pantalla de TV de Hang.

Tiroteos en escuelas desde el 14 de diciembre de 2012

En 2012 -primer año de preparatoria de George- James Holmes disparó y mató a 12 personas en Aurora, Colorado. Ese mismo año, Adam Lanza disparó a 27 personas, entre ellas 20 niños de primer grado, en Newtown, Connecticut.

Durante su segundo año en la preparatoria, George comenzó a fallar en sus clases y a aislarse de sus amigos; al mismo tiempo, Elliot Rodger mataba a seis personas en Isla Vista.

Las enfermedades mentales como la esquizofrenia no contribuyen significativamente a la violencia en los EE.UU., según los expertos.

Pero de todas maneras, los informes de los medios de comunicación que vinculan la enfermedad mental y la violencia han aumentado en años recientes. Los efectos colaterales de tales retratos, sostiene DJ Ida, director de la Asociación Nacional de Asistencia de Salud de las Islas del Pacífico Asiático, es que las familias internalizan los temores de la sociedad respecto de las condiciones mentales y los tiroteos masivos. “Cuando la gente no comprende que las personas con diagnósticos serios pueden llevar vidas satisfactorias, presionan el botón de pánico”, afirmó Ida.

Pocas semanas antes de que Hang enviara la información de referencia para comprar un arma, Dylann Roof, un supremacista blanco con un corte de pelo de tazón y la mirada vacía, disparó a nueve personas en la Iglesia Episcopal Metodista Africana de Carolina del Sur.

George se obsesionó con él, y Hang se preocupó mucho.

Una vez, en presencia de Chong, la mujer se preguntó en voz alta acerca de los tiradores: “¿Por qué nadie hace algo para detenerlos?”.

V: Los caminos no recorridos

Hay mucho que un padre moribundo puede hacer para crear un futuro seguro para un niño con problemas; mucho que los amigos y la familia pueden hacer cuando un ser querido parece peligroso.

George estaba a punto de cumplir 18 años, momento en el cual estaría más allá del control de su madre. No obstante, ésta podría haber pedido a un tribunal que lo considere incapaz de manejar sus propios asuntos y nombre a un guardián.

También podría haber convencido a la policía o a profesionales de la salud de que el chico era una amenaza inmediata para sí mismo o para los demás, y pedido que lo tomaran bajo custodia protectora. Eso podría haber llevado a una atención médica a largo plazo.

En el Asian Pacific Family Center, un padre inmigrante asiático con un diagnóstico mortal de cáncer, recientemente llegó con su hija esquizofrénica, torturado por las mismas preocupaciones que Hang tenía acerca de George, cuenta Masuda. Cuidar de su hija y entender que ella podía tener un futuro lo ayudó a morir en paz. Pero Hang, afirma Chong, pensaba que los problemas de un hijo son la responsabilidad exclusiva de su madre. “Las madres somos las personas más miserables del mundo”, expresó Chong.

VI: ‘Lo envié muy lejos’

Los detalles de los días finales de George y Hang juntos aparecen en los registros judiciales, en los reportes del Sheriff del Condado de L.A. y en entrevistas.

Unos días antes de que el período de espera de Hang finalizara, fue con George a comer uno de sus platos favoritos, pad thai. El 27 de julio de 2015 tomó su flamante pistola y se registró junto con su hijo en un motel en Valley Boulevard, según las autoridades.

Cuando George se durmió, Hang le disparó dos veces en el pecho y luego se acomodó en la cama, a su lado, confirmaron las autoridades. Por varias horas acarició su cabello mientras la sangre inundaba el colchón. Ella quería decirle adiós, afirmó supuestamente a los oficiales que concurrieron a la escena. Esa noche, Chong recibió una llamada desde el celular de George. Era Hang. “¿Qué ocurre?”, preguntó ella. “¿Dónde estás? ¿Dónde está George?”.

“Lo envié muy lejos”, fue la respuesta de Hang.

Durante la investigación, Hang reconoció ante el detective Eddie Brown, del Departamento del Sheriff del Condado de L.A., que había matado a su hijo porque pensaba que era peligroso. Además, dijo que había jugado videojuegos violentos. “Ella creía que podía convertirse en un tirador masivo”, afirmó Brown. “Entonces pensó que hacía lo correcto. No quería que nadie más sufriera”.

La mujer no se disparó a sí misma, señalaron las autoridades, porque quería castigarse por lo que había hecho. Pocas semanas después del homicidio, Chong la visitó en la cárcel y le pidió explicaciones. Hang dio vuelta el rostro. “Quema todas nuestras fotos”, le dijo a Chong. “No quiero que nadie nos recuerde”.

En la prisión, el cáncer se desparramó por el cuerpo de Hang y tomó la visión en su ojo izquierdo, paralizándola. En diciembre, un juez determinó que su enfermedad terminal la calificaba para su liberación compasiva a un hospital cercano. Chong le llevó flores, rosarios de oración y una cinta de cantos budistas.

Se inclinó y susurró una absolución: ya no eres prisionera; no eres más una criminal. Nada de lo que ocurrió antes importa. Luego volvió a casa, con su familia.

Cerca de las 4 p.m., Hang murió sola, dejando a Chong con la incertidumbre de cómo recordar a su mejor amiga. “La gente sólo pensará en ella como la madre que mató al hijo”, expresó. “Pero era más que eso”.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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