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El contrabando de drogas en las prisiones de California llega hasta al corredor de la muerte

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El asesino condenado Michael Jonas actuaba extraño y sudaba profusamente cuando los guardias lo escoltaron, encadenado, hasta la unidad médica de San Quentin, que funciona también como pabellón de psiquiatría en el corredor de la muerte.

Doggone, no creo que me vuelvas a ver”, le dijo a un compañero de prisión, Clifton Perry.

Horas después, Jones estaba muerto. Los exámenes de toxicología encontraron altos niveles de metanfetaminas en su sangre.

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Los condenados en el corredor de la muerte de California están entre los más vigilados del estado. Los 747 presos pasan la mayor parte de su tiempo encerrados, aislados del resto del sistema penitenciario, con fuertes medidas de seguridad e inspecciones habituales sin ropas, además de controles regulares cada media hora en busca de señales de vida.

Aun así, seis condenados a muerte fallecieron entre 2010 y 2015, con niveles claros de metanfetaminas, heroína u otras drogas en su sistema, según los registros del forense del condado de Marin.

Tres de ellos tenían niveles tóxicos de fármacos, incluido uno en cuyos intestinos se hallaron cinco dedos de un guante de látex, cada uno lleno de metanfetaminas y marihuana. Cuando estallaron, sufrió una sobredosis. Otro hombre de 70 años murió por toxicidad aguda de metanfetaminas; dejó un alijo de marihuana en su celda.

El ocio es un grave problema, y lleva a la gente a la automedicación”.

— Jeannie Woodford, exalcaide de San Quentin.

Los informes psicológicos estatales y los archivos judiciales documentaron al menos sobredosis de drogas que no fueron mortales, pero que requirieron la internación de los condenados durante un período.

La muerte de Jones fue reportada como un suicidio. En la sala de psiquiatría, el hombre intentó estrangularse con un cable de electricidad; fue liberado por los oficiales, pero murió 10 minutos después. El informe del forense muestra que Jones presentaba signos de abuso crónico de drogas.

Los funcionarios de la prisión estatal se negaron a discutir el caso o a proporcionar detalles de las drogas que se encuentran en el corredor de la muerte. Citaron, en primera instancia, la investigación, y luego una demanda por homicidio culposo que presentó la familia de Jones. El departamento proporcionó un comunicado donde señaló que la prisión había frustrado otros intentos anteriores de ingresar drogas a San Quentin por parte de visitantes.

“Las drogas tienen un valor considerable dentro de la prisión, y algunos reclusos sienten un fuerte incentivo para conseguirlas”, dice el comunicado. “Sin importar el nivel de seguridad del preso, la presencia de cualquier objeto de contrabando es preocupante para nosotros”.

Las sobredosis en el corredor de la muerte reflejan el gran problema de las drogas en las prisiones de California como un todo. Entre 2010 y 2015, 109 reclusos murieron de sobredosis, según cifras estatales.

El tráfico de sustancias ilegítimas en las cárceles de California es importante. La tasa de muerte por drogas en las prisiones estatales -18 fallecimientos cada 100,000 reclusos, en 2013- es siete veces superior a la de cualquier prisión del resto del país, según datos de la Oficina de Estadísticas Judiciales de los EE.UU. y de la oficina de salud de la prisión estatal.

Informes presentados ante la Legislatura mostraron que hasta un 80% de los reclusos en algunos pabellones presentaron resultados positivos cuando fueron examinados en busca de sustancias ilegales, en 2013. El mismo año, el regulador de la prisión estatal, la Oficina del Inspector General -un organismo independiente- castigó a los funcionarios de las cárceles por hacer “muy pocos esfuerzos, o ninguno” para rastrear el origen de las sustancias cuando los reclusos tienen una sobredosis.

Un administrador de San Quentin aseguró ante un juez federal en 2013 que el aumento de las hospitalizaciones psiquiátricas de prisioneros psicóticos, homicidas y suicidas, no era prueba de una enfermedad mental no tratada, sino “de un lote de metanfetamina”.

Lawrence Karlton, juez de distrito de los EE.UU., quedó visiblemente desconcertado. “Cuando usted habla de “un lote de drogas” no se refiere a las sustancias que ustedes prescriben, sino a drogas ilegales que estaban en los pabellones, cierto?”, preguntó.

“Así es, su señoría”, respondió Eric Monthei, director de salud mental de San Quentin.

Sin embargo, registros de los correccionales estatales muestran que, en 2013, ni un sólo visitante, voluntario o trabajador fue atrapado intentando contrabandear drogas en San Quentin. Las autoridades no han dado a conocer información sobre casos de sustancias ilegales más recientes.

Un vocero del fiscal de distrito del condado de Marin también expresó que no podía recordar ningún caso de contrabando de drogas contra el personal de San Quentin.

Las iniciativas para controlar las drogas se han enfocado en 11 prisiones que se consideran como las más problemáticas dentro de las 34 instalaciones del sistema. El programa emplea perros detectores de sustancias y escáneres de iones para testear hisopos frotados al azar en las manos de los visitantes y algunos miembros del personal. En el corredor de la muerte no existen esos operativos.

Los condenados a muerte son requisados sin ropas habitualmente, incluso antes y después de salir para hacer ejercicio, ir a la biblioteca o ver a los visitantes. Sus celdas están sujetas a inspección aleatoria y el estado puede ordenar análisis de orina, pese a que los análisis generalizados en 2013 fueron descartados porque sólo pocos condenados cumplían con ellos.

Por ley, todos los hombres condenados están presos en San Quentin, y las políticas al respecto indican que deben estar aislados del resto de la población carcelaria. La mayoría de ellos vive en el Bloque Este, una gran estructura de granito que contiene más de 500 celdas a apiladas en cinco hileras. Los prisioneros viven en celdas individuales y pasan la mayor parte del tiempo a solas. Cada media hora, un guardia recorre la zona para asegurarse de que cada uno de ellos está vivo -una protección ordenada por los tribunales, para prevenir los suicidios-. Las puertas están enrejadas, por lo cual es difícil deslizar una hoja de papel a través de ellas.

En pequeños grupos, se les permite salir a la zona de ejercicios -del tamaño de una cancha de tenis- bajo la vigilancia de un guardia armado, por un par de horas, tres días a la semana. A excepción de los servicios religiosos que ocurren dos veces al mes, no hay más actividades grupales. Los condenados son acompañados de forma individual, y encadenados, al hospital de la prisión o a la biblioteca especial, con libros de derecho y leyes, reservada para ellos.

Las visitas están estrictamente vigiladas. Los visitantes pueden ingresar con sólo un puñado de monedas para que los prisioneros utilicen en las máquinas expendedoras. Antes y después de dicho contacto, aún con sus abogados, los condenados son sometidos a requisas corporales sin ropas.

De todas formas, cuando se habla de los problemas de drogas en el sistema carcelario, los funcionarios estatales citan principalmente los casos de los visitantes que intentan pasar sustancias de contrabando. En una oportunidad, las autoridades describieron que las drogas estaban empaquetadas en balones de fútbol y fueron arrojadas sobre la cerca de la prisión de mínima seguridad.

Pero esa explicación se ha topado con el escepticismo de algunos legisladores. “No puede haber tantos balones de fútbol”, afirmó la presidenta de Seguridad Pública del Senado Loni Hancock (D-Berkeley), en una audiencia realizada el año pasado.

Debido a la alta seguridad que rige en el corredor de la muerte, algunas personas que han trabajado en San Quentin sospechan que el tráfico de drogas es fomentado por el personal penitenciario.

Durante su mandato como psicólogo del corredor, Patrick O’Reilly afirmó en una entrevista que descubrió a un técnico psiquiatra que intercambiaba alcohol y anfetaminas por opiáceos prescritos en la prisión a los reclusos.

Del mismo modo, la oficina del inspector general reportó que, en 2011, una oficial del corredor de la muerte fue acusada de comprar morfina a los condenados. El informe señala que les pagaba con fideos y dulces.

Fuera del corredor de la muerte, el comercio se lleva a cabo a gran escala. Esta primavera, agentes federales detectaron una trama de narcóticos en la cual una consejera de drogas del estado había, supuestamente, contrabandeado metanfetaminas y heroína por $1 millón de dólares, selladas en bolsas de patatas fritas y entregadas a sus internos durante el tratamiento grupal.

El sindicato de guardias de prisiones estatales ha objetado largamente las requisas a los trabajadores cada vez que llegan y salen del trabajo, señalando que el estado debería pagar grandes cantidades por el tiempo extra que eso añadiría a cada turno. El gremio “apoya los esfuerzos del departamento para mantener las drogas fuera de las prisiones”, afirmó la vocera Nichol Gomez. “Cualquiera que contrabandee dentro de las cárceles será considerado responsable, pero la mayoría de los funcionarios del sistema se toma en serio su juramento”, aseguró.

Todos los hombres en el corredor de la muerte de San Quentin están allí por asesinato. Muchos llegan con largas historias de adicción. La mayoría ha matado a sus víctimas durante robos o peleas de pandillas, pero entre la población también hay psicóticos y asesinos seriales. Hasta que se inauguró la unidad psiquiátrica para los condenados, en 2014, los reclusos con graves problemas mentales y los psicóticos convivían con el resto de los presos.

La exalcaide de San Quentin, Jeannie Woodford, quien fue directora durante el gobierno del gobernador Arnold Schwarzenegger, afirmó que la pereza extrema y el estrecho confinamiento del corredor de la muerte complican el tema de abusos de drogas. “El ocio es un grave problema y lleva a la gente a la automedicación”, expresó.

Aunque los guardias deben revisar aleatoriamente las celdas en sus turnos como una suerte de freno para las drogas, las armas y otros objetos de contrabando, un exfuncionario de San Quentin señaló que la dotación de personal hace imposible que los guardias puedan hacer todas las comprobaciones necesarias. Más aún, la cantidad de elementos que acumulan los condenados durante décadas de reclusión atestan las celdas. “Lo que se dice y lo que se hace son dos cosas distintas”, afirmó Tony Cuellas, exagente de San Quentin. En ese entorno, precisó, los oficiales “escogen y eligen” cuándo confrontar a un condenado que es consumidor de drogas.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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