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Tantas playas hermosas en Malibu; si tan solo pudiéramos llegar a ellas

Columnist Steve Lopez discusses access points to the beach in Malibu that are locked to the public.

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Espectacular, impresionante, asombroso. Cuando uno conduce por la costa de California puede rápidamente quedarse sin superlativos para describir una visión que ha encendido la imaginación de muchos, inspirado canciones e iniciado miles de romances. Pero luego se llega a Malibu, y el espectáculo termina.

Está bien, quizás estoy exagerando un poco. Uno todavía puede ver algo de espuma blanca y olas azules aquí y allá. Pero gran parte de la playa desaparece detrás de muros, y las grandes vistas quedan borradas detrás de casas que sólo una élite puede disfrutar; muchas de las cuales, además, están vacías porque las residencias primarias de sus propietarios están en otros sitios. Esto no es nuevo en Malibu.

Cuando comencé a escribir acerca de la costa, más de una década atrás, fue porque el gran magnate del entretenimiento, David Geffen, no sólo había bloqueado las vistas sino también el acceso a las playas públicas. En esa época, algunos conseguían permisos de construcción a cambio de entregar servidumbre de paso para permitir el acceso público a la playa. Pero luego incumplían el acuerdo.

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Parecía entonces lógico, en mi viaje de 1,100 millas a lo largo de la costa desde Oregón a México, revisar la historia de Malibu. Han pasado 40 años desde que la Ley de Costas entró en vigor para limitar las construcciones, proteger el medio ambiente y permitir el mayor acceso público posible. Pero los registros en Malibu no son buenos.

Pese a las recientes aperturas de tres puntos de acceso, todavía hay unos 20 lugares donde no se puede ingresar a la playa porque no hay entrada o porque está bloqueada. ¿Por qué? Falta de fondos para construir y mantener escaleras o senderos. También falta de voluntad de los burócratas y funcionarios públicos, que creen que, bueno, si una playa está bloqueada, hay otra accesible justo al final del camino.

Y mucha interferencia de los elitistas que ejercen influencias con los funcionarios públicos y demandan para mantener alejada a la gente común, aun cuando en California, arena mojada significa playa pública.

La playa Dan Blocker, bautizada así en honor a la fallecida estrella de “Bonanza” y donada al público hace décadas por sus compañeros de elenco, ofrece uno de los ejemplos más contundentes de arenas inaccesibles en todo Malibu. Al conducir por la Pacific Coast Highway, uno es atraído por el cartel de la playa, su estacionamiento y baños públicos, lo cual normalmente es sinónimo de un buen lugar para pasar unas horas al sol o contemplando las glorias de los atardeceres californianos. Pero al llegar al estacionamiento, para lo cual uno debe cargar antes el medidor, el primer letrero que se ve es el de ‘No acceso a la playa’. Entonces, ¿para qué hay que pagar? La vista, quizás. O tal vez el uso del baño. Pero la experiencia no es exactamente ideal porque, a 10 pies, el tráfico ruge a toda velocidad.

El condado de L.A. es responsable de esta playa, pero no hay camino ni escalera hacia el agua desde el estacionamiento -ni planes de construirlos-. “Todo esto es como una rutina de los hermanos Marx”, afirmó Jenny Price, creadora de la aplicación Our Malibu Beaches (Nuestras playas de Malibu), que ayuda a localizar y llegar a las playas públicas ocultas o bloqueadas.

Seguí el consejo de esta experta y visité la Reserva Natural Point Dume, la semana pasada, para ser testigo de otro absurdo: la playa estatal es la caleta pública más hermosa de California, a la cual no se puede acceder.

De nuevo, quizás es algo exagerado. Uno puede arreglárselas con una escalera larga y empinada si quiere llegar a la arena. Pero hay un gran obstáculo: solo diez espacios para estacionar, y no es posible detenerse después del atardecer, como si fuera poco. Desde allí, observé oleadas de conductores que se acercaban, en espera de tener suerte y conseguir espacio; todos se alejaban con decepción.

Entonces, ¿por qué no aparcar en las calles residenciales aledañas? Porque en todas las cuadras de los alrededores hay carteles que indican “no estacionar”. Hay una larga batalla de los propietarios contra el estacionamiento, que continúa hasta hoy.

Para algunas personas de Malibu, “todo es yo, yo, yo y yo”, aseguró el exalcalde Jefferson Wagner, quien cree que el Ayuntamiento es a menudo receptivo de los ricos y poderosos cuando buscan limitar el estacionamiento o construir más paredes. “Ellos aprueban ordenanzas de zonificación… que dicen una cosa. Pero si eres el ‘desarrollador X’ o el ‘millonario Y’, ¿sabes qué? Obtienes una variación de la zonificación”, afirmó.

En el caso del acceso público Zonker Harris a la playa Carbon Beach, el puente permaneció bloqueado durante meses debido a que una tormenta destrozó un descanso. Wagner está ofuscado porque maneja Zuma Jay’s, una tienda de elementos para surf sobre la PCH, y los clientes que rentan kayaks o tablas de surf no pueden ingresar a través de ese pasaje.

Esto no está muy lejos de otro acceso costero que permanece cerrado desde 2002, cerca del restaurante Moonshadows, que el condado no planea reabrir por el momento.

En muchos de estos casos, los funcionarios alegan que tienen fondos limitados y no pueden darse el lujo de gastar millones en cada desafío de ingeniería. Por lo tanto, se centran en proyectos de playas que benefician a más cantidad de gente. Eso es comprensible, claro, pero aquí es bueno volver en el tiempo y reflexionar acerca de algunas decisiones.

El Sol Beach es otra cala asombrosa a la cual no se puede llegar -o siquiera ver- a menos que uno posea un ala delta o sepa exactamente dónde salir de la PCH y mirar a través de una cerca de alambre. El condado decidió en 1974 comprar la lejana playa y abrirla al público. Sí, no es un error: dije ‘en 1974’.

Los residentes se opusieron a los planes de crear una escalera hacia la arena, y la playa sigue hasta ahora inaccesible. Sólo hay una puerta cerrada y un camino privado que conduce a los hogares que han sido propiedad de, por ejemplo, Michael Eisner, exjefe de Disney, entre otros. Price la llama ‘la playa más feliz de la Tierra’, visible únicamente desde ‘el mirador de Disney’.

Por mi parte, simpatizo con algunos propietarios que viven en la playa y sostienen que un mayor acceso público es sinónimo de más basura, comportamientos desagradables y más ruido de vez en cuando. Pero no tengo nada bueno para decir acerca de aquellos que siguen, después de décadas, colocando carteles ilegales de “no estacionar” y otras advertencias engañosas acerca de playas supuestamente privadas. Entre quienes salen perdiendo con todo ello están los propios residentes de Malibu que no son ricos y no viven sobre playas a las que puedan llamar ‘suyas’.

La Comisión Costera de California ha intensificado en el último año las medidas contra los delincuentes, y está trabajando con el condado y otras agencias para abrir más puntos de acceso hasta hoy bloqueados. No sería una mala idea, de ser posible, continuar la tendencia de asociarse con la Agencia de Recreación y Conservación de Montañas para ayudar a concretar y gestionar esos proyectos, y permitir que más personas puedan disfrutar de los tesoros públicos.

Aunque no seamos propietarios de castillos en la arena, las playas son suyas, son mías, son nuestras.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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