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Asegurar la libertad de expresión en los campus universitarios

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La semana pasada, mi buzón de correo electrónico y canales de Twitter fueron inundados con mensajes de odio que cuestionaban mi integridad. La fuente de esta diatriba fue una oscura organización llamada “Canary Mission”, que mantiene una suerte de lista negra de profesores y alumnos a los que acusa de “promover el odio a los Estados Unidos, Israel y a los judíos en los campus universitarios”. Mi crítica pública de las políticas de Israel por la ocupación militar y apartheid -su trato desigual a los palestinos- me valió un lugar en la lista, al no haber distinción, al parecer, entre la crítica de las políticas de una potencia extranjera y el “odio” de todo un grupo étnico.

Si fuera un profesor con menor antigüedad, o no permanente -o un estudiante- los cargos imputados, aunque sean falsos, podrían perjudicarme. Y ése es el punto: con una frase que apenas fue retirada de su sitio web, Canary Mission dejaba en claro su intención de “garantizar que los radicales de hoy no estén empleados en el mañana”.

Daniel Pipes, un miembro destacado de lo que el Center for American Progress llama “los expertos de la desinformación de la islamofobia”, aprueba el proyecto: los alumnos deben comprender que “atacar” a Israel “puede dañar su futuro profesional”.

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Atacar a los estudiantes desde una posición de cobarde anonimato es sólo la última y nefasta etapa del proyecto bien financiado para proteger a Israel de críticas en los campus, y encaja en un patrón más grande. La primavera pasada, y también este mes, aparecieron carteles espeluznantes en el campus de UCLA con los nombres específicos de ciertos estudiantes a quienes se acusaba de apoyar el “terrorismo” porque son miembros de grupos que se atreven a criticar la política israelí. El irónicamente llamado Freedom Center (Centro Libertad), de David Horowitz, reclamó la autoría de los letreros.

Este tipo de ataques han llevado a la intimidación de los estudiantes, el silenciamiento o despido de profesores y la cancelación de clases (como en UC Berkeley, donde una clase sobre Palestina y el colonialismo de los israelíes sólo se repuso cuando el profesorado se indignó por su cancelación).

El ambiente venenoso en los campus es objeto de un nuevo informe de la organización de escritores PEN América, llamado “Planteles para todos: diversidad, inclusión y libertad de expresión en las universidades de los Estados Unidos”.

De principal preocupación, según PEN, es la idea de que los estudiantes necesitan ser protegidos de la exposición a ideas que los hagan sentir incómodos, que ciertas clases de discurso pueden y deben ser prohibidos mediante autorización administrativa o legislativa. Como PEN advierte, “un entorno donde muchas ofensas se consideran inadmisibles o son incluso castigadas se convierte en un sitio estéril, restrictivo y hostil a la creatividad”.

Tales advertencias no son nuevas. “La presunción de que los estudiantes necesitan ser protegidos en lugar de ser desafiados en un salón de clase es infantilizante y antiintelectual”, hizo notar la Asociación Estadounidense de Profesores Universitarios, en 2014. “[Esto] hace de la comodidad una mayor prioridad que el compromiso intelectual”.

En ese caso, la asociación criticó las “advertencias de alerta”, una convocatoria para que los profesores advirtieran a los estudiantes acerca de material que podría causarles una reacción emocional (incluyendo el tipo de reacción a los que los filósofos de épocas pasadas -Edmund Burke, por ejemplo. hicieron todo lo posible por alabar como sublime).

Al igual que la asociación de profesores, PEN tiene una visión muy escéptica de tales advertencias a los alumnos. Por lo menos, sostiene el informe, estas alertas no deben ser impuestas por los administradores para “garantizar que cada encuentro posiblemente molesto con material del curso sea evitado”.

El informe tiene una visión igualmente escéptica de una idea reciente, la creación de “espacios seguros” en los campus. “No es posible ni deseable para el campus ofrecer protección de todas las ideas y discursos que puedan causar algún tipo de daño”, señala el reporte. “Insistir en que el campus se mantenga ‘a salvo’ de todas estas formas de daño crearía un ambiente intelectual hermético, donde sus habitantes podrían tratar sólo ideas previamente aprobadas”.

Lo que es peor, agrega el estudio, es la manera en que esta supuesta necesidad de protección alimenta el extremo discurso de los derechos y opciones del ‘consumidor’ que las universidades fomentan al tratar a los estudiantes como si fueran clientes en una tienda, que están pagando por “buen servicio” y “satisfacción”, en lugar de un desafío académico o incluso -¡Dios no lo quiera!- ese choque intelectual que en épocas anteriores se llamó aprendizaje.

Por supuesto, como aclara el informe de PEN, la parte difícil de la libertad de expresión es que incluso los desprestigios tienen derecho a ser escuchados.

Para que las universidades cumplan con su misión, que es precisamente exponer a los estudiantes a todo el universo de ideas, y a desordenados y polémicos debates, la defensa y los pleitos continuarán. Sin embargo, lo que necesitamos urgentemente son maneras de distinguir entre sentimientos de malestar causados por la exposición a ideas nuevas o incluso chocantes, y la verdadera vulnerabilidad causada por una campaña que explícitamente apunta a individuos con la intención de causar daño. La vigilancia de la ideas y la regulación de la expresión en el campus son una cosa; la protección de la “torre de marfil” del verdadero acoso es otra.

Los carteles que han aparecido en UCLA dirigidos a los estudiantes por su nombre, acusándolos de odiar a los judíos, fueron rápida y correctamente contrarrestados por la universidad. Jerry Kang, vicerrector de equidad, diversidad e inclusión en UCLA, afirmó que los letreros eran “una intimidación centrada y personalizada, que amenazaba a determinados miembros de nuestra comunidad Bruin”.

Las ideas incómodas no son sólo bienvenidas, sino que también son necesarias en los campus universitarios, pero todos los puntos de vista deben poder ser expresados sin miedo a listas negras.

Saree Makdisi es profesor de literatura inglesa y comparada en UCLA. Su libro más reciente es “Reading William Blake”.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Diana Cervantes

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