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Trump está causando un gran daño al orden global que convirtió a EE.UU. en una superpotencia

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Hace poco más de una semana, cuando el presidente Trump completó su mini gira mundial, mi investigadora ucraniana me envió un correo electrónico. Fue testigo de la violencia de la última revolución de Ucrania y suele tener una mirada clara sobre el estado de las cosas. Viendo el comportamiento de Donald Trump en el G7, y luego con Kim Jong Un, no pudo evitar pensar que algo profundo había ocurrido.

“Cada vez que escucho fuegos artificiales por la noche”, escribió desde Odessa, “mi primer pensamiento es que no son fuegos artificiales, así que espero para estar segura. Los aviones con vuelo bajos y ruidoso también me ponen en duda cada vez. Sin embargo, las palabras de Trump [en] el G7 y después -así como el silencio que sobrevino- son lo más aterrador que haya visto, escuchado o sentido alguna vez”.

Su miedo es sentido por muchos de nuestros aliados. En toda Europa y Canadá me preguntan: “¿Dónde están los estadounidenses?”. El silencio de muchos de nuestros líderes, de todos nosotros, se ve como una conformidad a la reorganización radical del presidente de las alianzas en las que el mundo ha confiado durante siete décadas de seguridad y prosperidad, y el abandono de los valores que éstas sustentaron. Los europeos que conozco no entienden cómo los estadounidenses pueden sentarse a ver cómo ese legado se les escapa, sin luchar.

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Nuestros aliados están nerviosos. En medio del inicio de pujas comerciales (y de personalidad) con Canadá y Europa, Trump salió furioso del G7 en Charlevoix, retirando su firma del comunicado conjunto. Su intimidación fue capturada en una foto -ahora famosa- del presidente estadounidense sentado, petulante y aislado, rodeado de sus pares irritados, mientras la canciller alemana Angela Merkel se inclina hacia él.

En Singapur, Trump elogió fatuamente al tirano norcoreano Kim, quien, con la complicidad de Rusia y China, ha matado de hambre a su pueblo para construir armas nucleares y amenazar a Estados Unidos. El compromiso del presidente de poner fin a los ejercicios militares en la Península Coreana, le entregó a Corea del Norte, Rusia y China un premio que desearon durante décadas, por el cual Estados Unidos no recibió nada a cambio. Nuestros aliados asiáticos quedaron tan conmocionados como los europeos.

A pesar de la retórica del mandatario, nuestros aliados hicieron muchas excepciones con nosotros. Quieren creer que los peores instintos de Trump no pueden desafiar los profundos lazos institucionales que nos unen. Pero lo que ocurre en Estados Unidos hace que esto sea más difícil.

En Europa, en particular, las imágenes de los campos de detención de migrantes infantiles se leen como un dato en un patrón de comportamiento preocupante. Trump incitó a sus seguidores en un mitin para gritar que los inmigrantes son “animales”, y dijo que están “infestando” el país. Cuando el exdirector de la CIA, general Michael Hayden, advirtió sobre los ecos nazis en la “política de tolerancia cero” de Trump, muchos estadounidenses se opusieron a la comparación. En Alemania, sin embargo, y en naciones que fueron cautivas de la Unión Soviética, la gente asintió. Recuerdan la década de 1930 y lo que era despertarse en un país que se había vuelto loco lentamente. Y oyen ese “silencio posterior” de parte de Estados Unidos.

Nuestros aliados saben que el declive estadounidense no ocurrirá en forma aislada. De hecho, los partidarios de Trump trabajan para difundir la corrosión. Europa enfrenta el surgimiento de sus propios movimientos políticos antiinmigrantes e innatistas, muchos de los cuales son asesorados por su exasesor Steve Bannon.

El nuevo embajador en Alemania, Richard Grenell, le dijo a Breitbart que su objetivo era “empoderar” a estos partidos ultraderechistas y antieuropeos, una salvaje declaración de un diplomático, por la que nadie se disculpó. Hace solo unos días, el presidente arremetió contra Merkel a través de Twitter, proyectando su propia narrativa de mentiras sobre el delito migratorio en Alemania, “alentando implícitamente”, escribió un periodista, para poner fin al gobierno de la canciller.

El exprimer ministro sueco Carl Bildt respondió: “¿Está Putin interfiriendo, [tratando de desestabilizar] la política de la UE? Sí. Pero Trump en este momento es mucho peor. Esto es inaudito”.

Estados Unidos, tal vez como un subproducto de la geografía y la historia, ha tendido hacia el aislacionismo. Fuimos participantes tardíos y renuentes en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, un sentimiento que el mandatario utiliza con su base. Pero después de 1945, habiendo pagado tanto por la victoria, nos quedamos y construimos, y ayudamos a forjar un continente en una contraparte, el otro polo de una alianza que rehizo el mundo.

Los estadounidenses pueden no entender lo que está en juego. Si perdemos a nuestros aliados posteriores a la Segunda Guerra Mundial, perdemos la base que nos ha convertido en una superpotencia. Nuestros aliados -y enemigos- la obtendrían. Las actuaciones de Trump en el G7 y en Singapur -y en todas partes desde entonces- han causado un daño duradero a Estados Unidos por, en el mejor de los casos, ganancias a corto plazo. Mientras el presidente se prepara para las cumbres con la OTAN y el líder ruso, Vladimir Putin, en julio; esa organización no podría estar más nerviosa y Putin más feliz por el estado de las cosas.

Putin, como líder, ha sido definido por el silencio. Con base en Dresden como oficial de la KGB durante el colapso de la URSS, pidió refuerzos para defender su puesto de las cada vez mayores manifestaciones. “No podemos hacer nada sin órdenes de Moscú”, fue la respuesta, “y Moscú está en silencio”. Ese silencio fue el sello distintivo del colapso soviético, y fue imperdonable para Putin, quien ha trabajado para garantizar que nunca más vuelva a haber silencio del centro, incluso cuando su poder exige el silencio de su pueblo cuando cuestionan sus métodos.

Putin nació de un sistema frágil y cree que “la gente” no sabe nada. Este cinismo central es lo que él proyecta para socavar los ideales occidentales. Pero el pueblo estadounidense es resistente; nunca hemos sido una nación definida por el silencio. Nuestros valores son duraderos y han sobrevivido a presidencias precarias anteriormente. Ahora nuestras voces son necesarias para superar el silencio, tranquilizar a nuestros aliados y defender lo que es nuestro.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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