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Turismofobia: Barcelona y otras ciudades en pie de guerra contra el turismo de masas

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“Turist, go home” (“Turista, vuelve a casa”), “Gaudí hates you” (‘Gaudí te odia’) o “Parad de destrozar nuestras vidas”.

Estos son algunos de los mensajes que se encuentran muchos visitantes extranjeros pintados en las fachadas de algunos barrios de Barcelona, en España.

Las pintadas son obra residentes o colectivos de vecinos hartos de la presencia masiva de turistas, que exigen a las administraciones que regulen la actividad del sector turístico.

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Es parte de un fenómeno que se ha venido a llamarturismofobia”.

Se genera cuando se rompe el equilibrio o capacidad de carga de un destino turístico porque visitantes y población local comparten recursos limitados y el mismo espacio público.

A pesar de que no es la primera vez que los vecinos de Barcelona alzan la voz por las molestias que les ocasionan los turistas, el aumento de las llegadas durante los últimos años ha acrecentado el problema.

No en vano, Barcelona fue la 12ª ciudad más visitada del mundo en 2016 y la tercera de Europa, solo superada por Londres y París.

Según el índice sobre destinos turísticos que publica anualmente MasterCard, la Ciudad Condal -que es como se conoce a Barcelona en España- con una población de 1,5 millones de habitantes recibió más de 8 millones de turistas en sus hoteles el año pasado.

Esta, sin embargo, no es la única lista en la que aparece la ciudad.

Y es que hace unas semanas el diario británico The Independent incluyó a Barcelona entre las 8 ciudades que más odian a los turistas.

‘Desplanificación’ urbanística

Aunque una de las razones del aumento del turismo en Barcelona es el boom del turismo de bajo costo, impulsado por los bajos precios de los vuelos, la principal es que las plataformas de alquileres vacacionales “han doblado la capacidad de alojamiento de la ciudad”, asegura Emilio Gallego Zuazo, secretario general de la Federación Española de Hostelería (FEHR).

Es un problema de ‘desplanificación’ urbanística. En España el turismo es un fenómeno industrial que se desbarata de forma descontrolada con la entrada de plataformas como Airbnb”, explica Gallego en conversación con BBC Mundo.

“Me fui porque no aguantaba más”, lamenta por su parte Carla Carballo, una informadora técnica sanitaria de 32 años, en entrevista con BBC Mundo.

“Yo vivía en el distrito de L’Eixample, muy cerca del Arco del Triunfo, y me tuve que ir a vivir a Badalona -una ciudad vecina a Barcelona- porque la situación es insostenible. Los alquileres están altísimos”, asegura.

Después de haber vivido en varias ciudades alemanas como Colonia o Bonn, Carla cree que lo que está ocurriendo en Barcelona no tiene sentido.

“Pagamos alquileres del norte de Europa con sueldos del sur”.

Turistificación

El aumento del precio de los alquileres, provocado por el interés de muchos propietarios en convertir sus inmuebles en viviendas vacacionales, está obligando a muchos vecinos a dejar sus casas e irse a vivir a otras zonas con menos presión turística.

La huida de muchos habitantes hacia el extrarradio de la ciudad afecta a los que se resisten a abandonar sus casas.

La mayoría se queja de que cada vez es más difícil encontrar comercios o restaurantes tradicionales en sus barrios y lamentan la falta de educación de algunos turistas.

Además, “no dejan dinero en la ciudad”, dice Carla.

Llegan en vuelos baratos, duermen varios en un apartamento y beben y comen en la calle.

Esta forma de hacer turismo, muy común entre los viajeros más jóvenes, provoca otro fenómeno, el de la “turistificación”, que alude al impacto que tiene la masificación turística en el tejido comercial y social de determinados barrios o ciudades.

“Se refiere al impacto que tiene para el residente de un barrio o ciudad el hecho de que los servicios, instalaciones y comercios pasen a orientarse y concebirse pensando más en el turista que en el ciudadano que vive en ellos permanentemente”, según define la Fundéu.

Reformas

Para tratar de poner coto a la turistificación, el ayuntamiento de Barcelona aprobó en enero un plan que paraliza la apertura de nuevos hoteles en las zonas más turísticas de la ciudad y algunas adyacentes, permitiendo que estos establecimientos se instalen en áreas más alejadas del centro, para tratar así de distribuir a los visitantes por toda la ciudad.

Esta medida -que no tiene precedentes en Europa, puesto que prohíbe la apertura de nuevos hoteles aunque desaparecieran los existentes- se aprobó un año y medio después de que, a los pocos días de llegar al poder, la alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, dictara una moratoria de nuevas licencias para alojamientos turísticos (hoteles, albergues y pisos turísticos).

En agosto de 2016 el gobierno de Colau envió a los vecinos de Barcelona una polémica carta pidiéndoles que denuncien los pisos turísticos ilegales y la ciudad cuenta ahora con un grupo de inspectores que se dedican a comprobar que los que alquilan sus viviendas a turistas tienen licencia.

En caso contrario se exponen a cuantiosas multas.

Síndrome de Venecia

Barcelona, sin embargo, no es la única ciudad que está luchando contra la turistificación.

Otras capitales europeas como Roma o Reykjavik han comenzado a tomar medidas para acotar el turismo de masas y evitar un posible Síndrome de Venecia.

Dirigido por Andreas Pichler, el “Síndrome de Venecia” (2012) es un documental que cuenta la historia del turismo depredador que sufre la ciudad italiana y que devora, desde hace años, la propia supervivencia del sector turístico.

Al igual que está ocurriendo en Barcelona, los habitantes de Venecia huyen del centro urbano por el aumento del precio de la vivienda y la invasión de hoteles y apartamentos dedicados al turismo.

A mediados del siglo XX Venecia tenía 175.000 residentes.

Hoy en día la población está cifrada en 50.000 personas y la demoledora previsión es que en 2030 no queden venecianos en el centro de la ciudad.

La razón: 30 millones de turistas visitan Venecia cada año.

La urbe italiana sufre, además, un problema que también padece Barcelona: la llegada masiva de cruceros.

Movimientos como “No Grandi Navi” denuncian la contaminación que causan los barcos, el impacto visual que generan y los daños que el oleaje provocado por los más de 1.000 cruceros anuales que llegan a la ciudad puede causar al frágil patrimonio histórico.

Aunque el turismo es un sector clave para la economía de otras ciudades como Florencia y Roma, el gobierno de la capital italiana ha planteado medidas para limitar el acceso de los turistas a los monumentos históricos.

Ante el mal comportamiento de muchos visitantes extranjeros, la alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, confirmó su intención de organizar recorridos para evitar que los turistas se detengan, coman y se bañen en monumentos como la Fontana de Trevi, recientemente restaurada.

Dario Franceschini, ministro de Bienes Culturales italiano, ya había solicitado hace unos meses “poner un límite al flujo de turistas o una barrera para evitar que saltasen a la fuente”.

Objetivo: sostenibilidad

El pasado mes de septiembre Nueva York acogió el Foro Global de Skift, orientado a la creatividad empresarial en el sector turístico.

En él intervino Inga Hlín Pálsdóttir, directora del organismo de promoción Descubra Islandia, y aseguró que aunque el turismo todavía “no es un gran problema para el país, no es cuestión sólo de atraer turistas, sino también de ser sostenibles”.

Islandia es una isla de 330.000 habitantes situada en el Atlántico norte que en 2016 recibió 1,7 millones de turistas atraídos, sobre todo, por la oferta de naturaleza y turismo de aventura que promociona el gobierno islandés.

El desembarco de visitantes extranjeros en la tradicionalmente tranquila Islandia ha provocado que sea prácticamente imposible alquilar un apartamento en su capital, Reykjavik.

Para poner coto al problema, las autoridades islandesas ya han dejado entrever su intención de implementar tasas turísticas para “compensar” los efectos del turismo masivo.

El Foro Global de Skift se celebró en Nueva York, una ciudad que ya tuvo que lidiar con este problema hace unos años.

Para evitar el colapso de Manhattan, las autoridades decidieron redirigir el turismo a barrios alejados del centro de las ciudad.

Esta estrategia redistribuye el turismo por los cinco distritos de la ciudad, y lleva a los visitantes de Manhattan a Queens, el Bronx, Brooklyn y Staten Island.

“La iniciativa Barrio x Barrio destaca lo económicas y accesibles que son estas comunidades, incluyendo áreas que han sido testigo de nuevos desarrollos hoteleros en los pasados años”, explica una agencia de promoción turística de la ciudad, NYC & Company.

El plan actúa como una válvula de escape que, por un lado, diversifica la riqueza que genera el turismo y, por el otro, divide su carácter disruptivo por toda la ciudad.

Mientras, en Islandia el gobierno es consciente de la importancia del sector para el futuro del país.

“El turismo es importante para los islandeses y estamos empezando a percibir que es la mayor industria del país”, dice Hlín Pálsdóttir.

“Tenemos que ser cuidadosos a la hora de tratar a la industria, al igual que lo tenemos que ser con nuestro estilo de vida y con la sostenibilidad de nuestro entorno natural”.

De lo contrario, la habitabilidad futura de las principales ciudades turísticas del planeta se verá amenazada en pocos años.

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