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Max Nikias empujó a la USC a la prominencia, pero faltaban controles y contrapesos

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El escándalo golpeó a la Universidad del Sur de California (USC) como un huracán, una tormenta académica perfecta. Estas tempestades van en aumento en la educación superior, y las universidades deben tener en cuenta las condiciones que las causan. Fuerzas similares dañaron a Penn State y luego a Michigan State. Ahora es el turno de la USC.

  1. L. Max Nikias, quien renunció el viernes pasado como presidente de la USC, fue un prodigioso recaudador de fondos, con una extraordinaria ética de trabajo. Inauguró un nuevo anexo del campus en un tiempo récord, y marcó un ritmo que permitió a la entidad mejorar drásticamente en los rankings universitarios. En su toma de mando, el primero de muchos eventos extravagantes, exclamó: “Mi propio compromiso con ustedes es correr el próximo maratón a paso de velocista”.

Le dije después que tal analogía era absurda. Corro maratones; nadie trata una carrera de 26.2 millas como si fuera una de 10 kilómetros. Se rió y afirmó que nosotros debíamos hacerlo.

Pero la analogía no era sencilla: en el contexto de la USC, significaba que la reflexión y la asesoría eran secundarias a los resultados financieros y de reputación. El objetivo de Nikias pone de relieve cómo llegamos a la actual situación: la caída de un administrador que derramaba confianza y desaprobaba cualquier desacuerdo.

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El presidente Nikias confiaba en un pequeño círculo de confidentes y, a medida que sus problemas aumentaban, el círculo se hizo más pequeño. La junta directiva de la universidad, en su mayoría formada por líderes empresariales, parecía impresionada por su capacidad para recaudar fondos; le cedieron el poder a su gigante recaudador. John Mork, presidente del consejo directivo de la USC, donó admirablemente más de $100 millones para becas destinadas a estudiantes de bajos ingresos. Cuando un periodista del Daily Trojan le preguntó cómo veía el trabajo de liderazgo en la junta, Mork dijo que su tarea era servir a la universidad y “facilitar el buen trabajo del presidente C. L. Max Nikias: soy un servidor en el trato”.

El senado académico tuvo un rol pasivo mientras se desarrollaban los problemas. Cuando Los Angeles Times descubrió una presunta mala conducta por parte del Dr. Carmen Puliafito, decano de la facultad de medicina, Nikias se negó a aceptar la responsabilidad individual. El funcionario ordenó una investigación independiente, pero el informe fue proporcionado solo al comité ejecutivo del consejo directivo. El senado académico no registró ninguna queja pública. La semana pasada, cuando la junta anunció otro estudio en respuesta a otro escándalo más, las acusaciones sobre el Dr. George Tyndall -ginecólogo del centro de salud de la USC- el plan nuevamente pidió que los hallazgos se informen únicamente a los directivos. Esa tarde, los representantes del personal docente exigieron la dimisión de Nikias.

Un incremento drástico de los profesores no titulares en la USC generó que el personal académico sea reacio a enfrentarse a la administración, por miedo a que sus empleos corran peligro. El resultado fue menos controles y contrapesos a la oficina del presidente. En 2015, los directivos le dieron a Nikias un bono de $1.5 millones. El senado académico no registró ninguna protesta pública ante una dádiva tan extravagante. ¿Cómo puede ser que un hombre que mereció tal bono hace unos pocos años se haya visto obligado a renunciar, caído en desgracia?

Esta es la tragedia de la USC: en lugar de cultivar un ambiente de reflexión y debate razonado, la universidad corrió hacia el crecimiento. Aquellos que discrepamos con el presidente primero fuimos ignorados, y luego desterrados. Fuimos vistos como una distracción del objetivo de la institución, de lograr una prominencia internacional cada vez mayor. Y los directivos y el cuerpo docente, esencialmente, accedieron a ello.

Para reparar el daño de la tormenta en la USC, necesitamos un consejo directivo que brinde supervisión constante y no se vea a sí mismo como un sirvienta del presidente. Necesitamos un senado académico que asegure que el profesorado sea un socio igualitario en la toma de decisiones. Necesitamos un presidente que pueda establecer un récord mundial al correr un maratón sin olvidar lo que significa realmente ganar la carrera. Y necesitamos que toda la comunidad académica reconozca la importancia de contar con un clima de diálogo reflexivo y razonado para nuestra universidad.

William G. Tierney es profesor Wilbur-Kieffer de educación superior, profesor universitario y codirector del Centro Pullias para la Educación Superior en la USC.

Para leer este artículo en inglés, haga clic aquí:

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