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Maestra cambia escritorios por sofás y mecedoras de IKEA; ¿ayudará eso a aprender mejor?

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Alexandria Gladstone-Lamas, maestra de Anderson Elementary School, quiere que su salón de clases se parezca a una oficina de Google.

Ha descartado los escritorios y las sillas tradicionales -que fueron trasladaron a una habitación separada de la escuela de Newport Beach-. En lugar de ellos ahora hay muebles de IKEA, como mesas altas y bajas. También dos sofás en los extremos opuestos del salón. Beanbags, mecedoras, boyas blandas para yates y acolchadas mantas se ven esparcidas por la alfombra, en el frente del aula.

Los estudiantes pueden elegir dónde les gustaría comenzar el día, y rotar después del recreo y el almuerzo. Algunos han solicitado que se les asignen asientos porque eso les ayuda a concentrarse mejor, pero aun así son libres de moverse.

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Gladstone-Lamas, quien ha enseñado en el Distrito Escolar Unificado de Newport-Mesa por 21 años, explicó las nuevas asignaciones de asientos a sus estudiantes de cuarto grado al comienzo del año académico. Y les dijo que asumía un “gran riesgo” en la transición.

A Google, tal como Gladstone-Lamas les dice a sus alumnos, le importa que los empleados hagan su trabajo. No le importa si necesitan descansar u holgazanear algunas veces.

“Los asientos flexibles les ofrecerán más opciones”, dijo la docente. “No me importaba su lenguaje corporal, siempre y cuando pudieran hacer bien su trabajo”.

Esta semana, en la clase de Gladstone-Lamas, Emily Engel, de nueve años, se sentó en una boya negra mientras balanceaba una Chromebook sobre sus rodillas mientras trabajaba en su informe de Lector Acelerado. “Esto es mejor que sentarse en una silla de plástico. Eso es incómodo y difícil. Creo que todas las aulas deberían hacer esto”, expresó Emily.

Algunos de sus compañeros estaban tumbados sobre una manta acolchada o un sofá cercano. Otros, cerca de la parte posterior del salón, estaban de pie, sobre entrenadores de equilibrio en forma de semiesfera, mientras trabajaban en una mesa alta.

Grayson Seery, de nueve años, prefería sentarse en un lujoso sillón de ruedas color gris; había trabajado en un proyecto del Día de San Valentín en una mesa baja junto con otros dos estudiantes. “No extraño sentarme en un escritorio común”, aseguró Grayson. “Esto es increíble. Me gusta trabajar en esta mesa gigante. Nunca vi que un salón de clases haga esto antes”.

Desde la transición, Gladstone-Lamas notó una mayor participación estudiantil, mejoras en el comportamiento, menos inquietud y más ganas de estar en clase. “Los niños nunca quieren salir del aula, quieren estar aquí”, relató. “Con los escritorios, los niños piden ir al baño todo el tiempo... Ahora una [hoja de salida] me dura tres días. Eso ha sido fantástico”.

Gladstone-Lamas contó que se inspiró para probar los asientos flexibles en su clase hace unos años, después de usar una pelota de yoga en lugar de una silla de escritorio. En el pasado, había invitado a los estudiantes para que trajeran la suya, aunque se les hizo difícil moverse por el salón.

La profesora colocó un organizador de cubículos cerca de la parte posterior del aula, donde los alumnos recogen los exámenes y las tareas asignadas.

La directora Shannon Bray consideró que Gladstone-Lamas es la “maestra piloto” de los asientos flexibles en Anderson. Otros salones ofrecen algunas formas de asientos alternativos, contó Bray, pero es un cambio que los maestros deben aceptar por sí mismos. “Es una gran tarea para los maestros mover los escritorios y las sillas”, dijo Bray. “Los niños necesitan sentirse cómodos para aprender y estamos haciendo lo mejor para ellos”.

Según informó la portavoz del distrito, Annette Franco, al menos un docente en todas las escuelas primarias de Newport-Mesa está usando algún tipo de asiento flexible.

Vega escribe para el Daily Pilot.

Traducción: Diana Cervantes

Si quiere leer este artículo en inglés, visite:

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