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Buena suerte, graduados. Al ingresar a la universidad, sueñen en grande, diviértanse y no teman hablar de enfermedad mental

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Hakeem Howard, un estudiante de último año en Quince Orchard High School, ubicada en los suburbios de Maryland, estaba en su clase de primer período una mañana, escuchando los avisos del día, cuando escuchó que la escuela buscaba oradores con las mejores calificaciones (o valedictorian) para la graduación.

En cuanto a las calificaciones, definitivamente no era un alumno sobresaliente. Pero, dijo: “Sabía que tenía algo grandioso de qué hablar. Sentí que podía tomar algo que me hacía ocurrido y hablar sobre ello de una manera que pudiera beneficiar a otros”.

Los administradores estuvieron de acuerdo y, el día de la graduación, Hakeem se sentó en el escenario con los funcionarios de la escuela, los valedictorian y otras personas notables.

La ceremonia tuvo lugar en Washington, D.C., en el Daughters of the American Revolution Constitution Hall, un lugar magnífico que resultaba lo suficientemente grande como para dar cabida a 450 graduados y cerca de 2,500 de sus seres queridos.

Como es la tradición en estas cuestiones, la orquesta de la escuela tocó maravillosamente, el coro alcanzó todas sus notas y los discursos fueron convenientemente optimistas e irónicos.

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El orador del discurso de graduación, Ken Niumatalolo, entrenador de fútbol de la Academia Naval de EE.UU., hizo reír a la audiencia cuando confesó que, 20 años antes, había sido despedido de la Academia Naval, el mismo lugar que finalmente lo contrató, y donde se ha convertido desde entonces en el entrenador más ganador en la historia del fútbol de la marina (mensaje: no rendirse nunca).

Estuve allí para aplaudir a mi nieta, Kenna Cramer, que está emparentada conmigo de la manera indirecta de tantas familias estadounidenses modernas; es la hija de mi hijastra, cuyo padre es mi exmarido. Kenna me dijo más tarde que esperaba que Hakeem pronunciara un discurso alegre y divertido.

Pero mientras caminaba hacia el estrado, era obvio que se estaba conteniendo emocionalmente.

“Exactamente hace un año”, relató Hakeem, “fui admitido en un centro de salud mental; abatido y perdido. El impulso que tenía dentro ya no estaba... Realmente debería haber hablado con alguien, pedido ayuda. Sin embargo no lo hice, y me derrumbé tremendamente”.

Durante su estadía en el hospital, relató, tuvo una visita memorable del padre de uno de sus mejores amigos, quien le dijo que escalar el Monte Everest se usa a menudo como una metáfora del éxito. “¡Sube a la cima de la montaña y has alcanzado tu meta!”, le dijo a Hakeem.

Pero nadie, agregó el padre de su amigo, nunca sube solo al Everest. Siempre hay un equipo de apoyo. Esa fue la metáfora que Hakeem consideró más relevante. Esa fue la lección que quiso compartir con sus amigos: en tiempos de problemas, no trates de hacerlo solo.

Las lágrimas corrían por las mejillas de Hakeem y su voz se quebró al hablar del episodio oscuro, durante su tercer año, que lo llevó a una internación en una unidad psiquiátrica. Al joven le costó hablar, pero mientras Hakeem titubeaba, la audiencia lo ayudaba, aplaudiéndolo para remarcar su apoyo.

Ya había una gran cantidad de emoción en la multitud, y no era solo la sensación agridulce de la graduación. Estos chicos habían sufrido la pérdida de dos compañeros de clase -uno a causa de un cáncer, otro por un paro cardíaco repentino- y habían observado entre lágrimas mientras los dos grupos de padres dolientes recibían los diplomas honorarios de sus hijos.

“La preparatoria es más que un lugar donde te sientas y aprendes sobre libros”, remarcó Hakeem. “La ansiedad y la depresión son dos de los trastornos de salud mental más comunes en Estados Unidos entre los adultos jóvenes y los adolescentes”.

Guau, pensé. ¿Quién habla en su graduación de preparatoria sobre tener pensamientos suicidas y sobre la importancia de buscar ayuda? La mayoría de los discursos están llenos de trivialidades que quedan olvidadas cuando te sientas en la comida de celebración.

Después de que Hakeem salió del hospital, dijo, él y su madre hicieron un pacto: “Cuando estoy enojado, intento componerme y reunir mis palabras, y nos sentamos y hablamos. Intento dejar salir lo que siento. Ella solo escucha. Es lo mejor que puede hacer”.

¿Sólo escuchar? No es una mala idea.

Casi todas las personas que conozco, conocen a alguien cuyo hijo hizo un gran esfuerzo para adaptarse durante el primer año de la universidad, y terminaron teniendo un quiebre emocional o mudándose de regreso a casa, o ambos.

La evidencia anecdótica es confirmada por las encuestas. Por primera vez en los 51 años de historia del Freshman Survey, un estudio anual de estudiantes universitarios de primer año realizado por el Instituto de Investigación de Educación Superior de la UCLA, una histórica cifra baja de estudiantes (47%) dijeron que consideraban que su salud mental era “superior al promedio en relación con sus pares”. Casi el 12%, una cantidad récord, informó haberse sentido deprimido en el último año, y más de un tercio de los alumnos reportaron sentirse ansiosos “con frecuencia”.

Supongo que la buena noticia es que casi el 14% dijo que había una “muy buena posibilidad” de que buscaran asistencia terapéutica en la universidad.

Hakeem me dijo más tarde que había pasado tres días en el hospital, pero había luchado con la depresión toda su vida. El año pasado le costó especialmente.

A medida que avanzaba en espiral hacia la ansiedad y la tristeza, pasaba menos tiempo en su casa y se negaba a hablar con su madre, que está separada de su padre. Sus calificaciones cayeron; bebía y fumaba, y abusaba de medicamentos recetados, como Xanax y Klonopin. Durante meses, relató, tuvo sentimientos suicidas.

Finalmente, tuvo una pelea fea con su madre. “Estaba actuando de manera irracional”, afirmó. “Su mamá le dijo: ‘Tú no eres mi hijo. Necesitamos llevarte a un hospital’”.

Bien avanzado en su discurso, Hakeem dio la vuelta la página en su carpeta, ubicada en el estrado, y descubrió que faltaba última parte. Como no había memorizado sus palabras, hizo una pausa, y dijo: “Eso es todo lo que tengo”, y se sentó.

La audiencia estalló en vítores por él. Realmente no importaba que su discurso hubiera terminado abruptamente. Ya había expresado su deseo de buscar ayuda, ya había demostrado un coraje poco común al revelar su lucha más personal.

Al día siguiente, sin embargo, Hakeem se puso su toga y birrete, y regresó a la escuela, en Gaithersburg, para pronunciar su discurso completo en un estudio en el campus. El video fue publicado en el sitio web de la preparatoria. Fue un gesto amable por parte de los administradores escolares, que se sintieron mal porque el error había sido de ellos.

Lo vi en línea, pero no me impactó con la misma fuerza. Hakeem estaba calmado y sereno, y su discurso estaba bien.

Nada se comparará jamás con la emoción cruda, la brutal honestidad y la gracia que mostró en esos momentos en el escenario.

Ese sí fue un discurso, lo garantizo, que ninguno de sus compañeros jamás olvidará.

Para leer este artículo en inglés, haga clic aquí:

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