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A sus 18, esta poeta de preparatoria enmudece al público con su obra

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Con 4 pies, 11 pulgadas, Vanessa Tahay es lo que tal vez uno llamaría una ‘chaparrita’. Su piel es oscura, su acento es fuerte, y si uno le pregunta, dirá que esas son las cosas que la hacen sentirse más orgullosa de sí misma.

Tahay es poeta y, a los 18 años, está considerada como una de las mejores de la ciudad. La estudiante del último año de preparatoria ya ha competido no sólo en Los Ángeles sino también en San Francisco y Washington, D.C.. Cuando está en el escenario, las audiencias se quedan en silencio. También ríen, gritan y lloran.

Ella cierra sus ojos y las palabras fluyen con emoción, en inglés, español, spanglish y K’iche.

La joven recita sobre su compañero blanco que le pidió que hablara en inglés: “A mi lengua le cuesta mucho trabajo hablar, pero va a hablar cuando quiera y lo que quiera hablar”, dice.

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También recita sobre su madre, quien se levanta a las 5 a.m. para trabajar y mueve sus anchas caderas al son de la cumbia. O de sus tías, que le invitan un café, la sientan en su mesa y le hacen millones de preguntas sobre su novio. Sobre su abuela, a quien le gusta visitar Los Ángeles pero que nunca dejará Guatemala, “porque en este país, nada huele a tierra mojada por la mañana”.

Cuando vivía en Nimasac, Tahay era conocida como “Chata” debido a su pequeña nariz. Tenía un gato gordo y perezoso llamado Garfield, y siempre llegaba tarde a la escuela, aunque estaba a sólo unos metros de su casa.

Su pueblo estaba en la base de una enorme cordillera, entre las más grandes de América Central. Todos hablaban k’iche y usaban los tradicionales huipiles y cortes mayas.

Tahay prefirió los pantalones vaqueros, porque hacían más sencillo trepar al aguacate y los melocotones de su abuela. Solía rogar a Doña Chabela que la dejara ir con los otros niños a las fiestas en el pueblo, pero su abuela siempre se negaba. “No quiero que te metas en problemas”, decía.

Tardó años en convencer a Tahay de que se uniera a sus padres en Los Ángeles. Dejar atrás su mundo la aterrorizaba; tanto como los relatos del viaje hacia el norte.

Pero llega un momento en que cada niño anhela el amor de una madre. Así que, a los 11 años, se dirigió a L.A., cruzando ríos, desiertos y montañas.

Ella cuenta la historia en “Un sueño de cinco días”.

Sentada en el desierto

Muriendo por una gota de agua

No es divertido pensar en tu familia

En todos los que dejaste atrás

No hay belleza tan cerca de los huesos

En menos de una semana

Tal vez alguien se fijará en mi esqueleto de la misma manera.

Tahay se presentó en su nueva escuela en pantalones de color azul claro, una camisa verde y zapatos rojos: su definición de cool. Pero lo que ella era en realidad, según le dijeron sus compañeros de clase, era una “chunti”.

- ¿Chunti?, preguntó Tahay.

Sí: estrafalaria, ghetto, de mal gusto, recién salida de México.

Como nunca hablaba en la escuela, la bautizaron ‘ratón’.

Como su piel era oscura, la llamaron “negrita”. La provocaron por ser chaparrita y diferente.

“¿Cómo me defiendo?”, pensó Tahay. “No sé cómo”.

“Sigue adelante”, le decía su madre. “En algún momento, aprenderás”.

Pasaba horas después de la escuela y los fines de semana viendo los mismos DVD: “Inglés sin barreras”.

Su hermano mayor, Elmer, la convenció de ir al club de poesía después de la escuela. Ella accedió porque sabía que el chico que le gustaba estaría allí.

En los últimos seis años, la profesora de inglés Laurie Kurnick ha convertido el programa de poesía de Cleveland Charter High School en uno de los más respetados de la ciudad. Su equipo se basa en los gustos de D.H. Lawrence, Pat Mora y Kendrick Lamar para crear poemas sobre sus propias vidas. Son retratos íntimos - algunos graciosos, otros dolorosos- acerca de la pubertad, los padres ausentes, el amor, el abuso de la policía, el racismo.

Cuando Tahay escuchó tales palabras la primera vez, escalofríos subieron por su espina dorsal.

“Ojalá pudiera escribir así”, pensó. “Quiero decir algo”.

Escribió su primer poema sobre su primer año en los EE.UU. y lo llamó “Invisible”.

Cuando llegó su turno para recitar delante del equipo, se echó a llorar. Lloró durante 15 minutos. “Había retenido tanto”, dijo Tahay. “Ni siquiera podía terminarlo”.

Y siguió intentando a pesar de su gramática, ortografía y dicción bastante menos que perfectas.

En español, hablo con ritmos de salsa, con un poco de cumbia y son

La sala entera baila al son de mis fuertes ‘rrrrr’

Así que, cuando me oyes decir “Es-Traaa-Beh-Ree”

No es porque no puedo hablar

Es porque quiero que te unas a mi en mi danza

Ella no le contaba a sus amigas sobre su poesía porque le preocupaba que la llamaran cursi.

Pero, con el tiempo, sus poemas la cambiaron. “Me dieron orgullo”, aseguró. Me dijeron que valía algo.

Pronto fue lo suficientemente valiente para actuar en el auditorio de su escuela y en otras escuelas cercanas. Los estudiantes la animaron y se acercaron a ella después de oírla recitar. Le dieron las gracias por tener el coraje de decir las cosas que ellos también querían expresar. “Ella tenía una inocencia”, afirmó Kurnick. “Una voluntad de ser genuina y mostrar cosas que no se ven”.

En su tercer año, los poemas de Tahay atrajeron la atención de Matthew Cuban Hernández, un entrenador de Get Lit, un grupo local que se asocia con Kurnick y profesores de casi 100 escuelas para promover la poesía. Los entrenadores ayudan a los poetas con su escritura y sus dotes escénicas, luego los reúnen una vez al año para competir en un concurso llamado Classic Slam.

Hernández vio en Tahay una madurez y una pasión no muy común en una joven de 16 años. “El potencial que hay es infinito”, dijo.

Levanta tu cabeza

Nuestra madre no nos enseñó a permanecer abajo

El desierto nos enseñó a seguir luchando

Frente a nosotros hay obstáculos que debemos romper

Hermanos y hermanas

No se avergüencen de quiénes somos

Así, le sugirió a Tahay que probara Get Lit Players, un equipo de actuación formado por los mejores poetas del programa. Meses después, cuando ganó confianza en el escenario, la recomendó para Brave New Voices, el grupo más elitista de todos.

Tahay abandonó el equipo de pista, su trabajo y su vida social para dedicarse a la poesía. Fue aceptada como una de las seis mejores poetas juveniles de la ciudad.

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En una tarde reciente, ella y sus compañeros de equipo de la Cleveland High School comieron mandarinas y pretzels durante un ensayo de dos horas. El Classic Slam estaba a tres días de distancia y los poetas debieron perfeccionar cada verso, respiración y gesto.

El equipo llegó al segundo lugar en los últimos dos años. Esta vez, Tahay está en último año de preparatoria y decidida a traer el trofeo a casa.

“Creo que ya estamos preparados”, dijo su compañero de equipo Cyrus Roberts. “Creo ...”

“No”, dijo Tahay. “Nunca digas eso. Nunca te sientas satisfecho”.

La mañana de la competición, varios miles de adolescentes se lanzaron al Los Angeles Theater Center para enfrentarse con sus mejores poemas. Serían juzgados por su energía, creatividad, precisión y pasión.

En el interior del teatro número 3, donde un disc jockey ponía música hip hop, la habitación rugió cuando el cubano Hernández los calentó con flexiones y un baile. Tahay, con su gorra de béisbol y zapatos Oxford favoritos, fue la primera en llegar al escenario.

“¿Por qué escribimos?”, preguntó un entrenador de Get Lit a la multitud.

“Por la libertad”, gritó un estudiante.

“¡Para luchar!”

“Para sanar”

Cuando llegó el turno de Tahay, la joven se levantó de su asiento, caminó hasta su lugar detrás del micrófono, lo bajó y cerró los ojos.

Sería la última vez que competiría en el Classic, y su equipo ganaría cada instancia.

La habitación permaneció inmóvil, en silencio, a la espera de la voz de Tahay.

-¡Puedes hacerlo!, gritó alguien.

“¡Habla!”

Traducción: Diana Cervantes

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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