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Al otro lado del muro: los mexicanos en la frontera están ‘psicológicamente traumatizados’

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En un refugio aquí, al otro lado de la frontera de Arizona, los voluntarios acumulan alimentos y otros suministros en caso de una gran afluencia de deportados desde el otro lado.

“No queremos sorpresas del Sr. Trump”, dice Juan Francisco Loureiro, director del centro de migrantes Don Bosco, acerca de los planes del presidente de intensificar las deportaciones. “Necesitamos estar listos”.

A lo largo de la frontera, los recientes deportados y los recién llegados desde el sur sopesan si seguir viaje hacia los EE.UU. o si, simplemente, volver a casa y admitir la derrota.

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“Ahora es demasiado difícil, con Trump”, afirma Alejandro Ramos Maceda, de 33 años, recientemente deportado tras ser detenido en una parada de tránsito, en St. Louis, donde -según dice- tiene a su esposa y dos hijas, ambas ciudadanas estadounidenses.

Inmigrantes en el centro Don Bosco para los migrantes, en Nogales, Sonora.

Inmigrantes en el centro Don Bosco para los migrantes, en Nogales, Sonora.

(Liliana Nieto del Rio / For The Times)

Desalentado, Maceda planea quedarse en México por el momento, una opción que muchos otros deportados con familia en los EE.UU. han aceptado a regañadientes. “Quizás mi esposa venga a visitarme”, dice, aunque su tono no contiene mucha esperanza.

Nada se ha movilizado aún aquí para la construcción del muro propuesto por el presidente Trump. Tampoco hay señales de aumento de las fuerzas de la Patrulla Fronteriza como parte de la prometida barrera. Pero entrevistas en suelo mexicano sugieren que, en pocas semanas, el nuevo mandatario ha tenido un profundo efecto sobre cómo actúan, planifican y, aún más importante, piensan al otro lado de la frontera. Aunque su estrategia apenas ha comenzado a ser promulgada, Trump está profundamente enraizado en la mente de las personas.

“Es mucho más difícil cruzar de lo que pensábamos”, dice Vicente Vargas (15), uno de cinco adolescentes del estado mexicano de Puebla, quienes afirman que regresarán a su casa, desalentados por lo dificultoso -y costoso- que resulta superar la frontera, especialmente teniendo en cuenta la posibilidad de ser detenidos del otro lado.

Que las dificultades actuales no tengan nada que ver con Trump no importa: Vicente y sus abatidos colegas culpan al proyecto del mandatario estadounidense. Incluso los deportados detenidos meses antes de la asunción de Trump parecen apuntar a la nueva administración.

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Donde termina la cerca de acero de 15 pies, en la frontera entre Arizona y México, comienza una barrera hecha de viejas vías de tren y alambre de púas. La policía de Nogales, México, a menudo responde a incidentes a lo largo de ese tramo (Liliana Nieto del Río / para The Times).

Donde termina la cerca de acero de 15 pies, en la frontera entre Arizona y México, comienza una barrera hecha de viejas vías de tren y alambre de púas. La policía de Nogales, México, a menudo responde a incidentes a lo largo de ese tramo (Liliana Nieto del Río / para The Times).

(Liliana Nieto del Rio / For The Times)

“Hay mucha incertidumbre en este momento”, afirmó Jesús Arturo Madrid Rosas, representante del Grupo Beta, una organización de ayuda del gobierno mexicano que brinda asistencia a los migrantes. “La gente no sabe qué va a suceder. Tal vez esto esté alejando a algunas personas”.

Rosas y otros enfatizan que muchos factores -el clima tempestuoso, el reforzamiento de la frontera desde la era previa a Trump, las tarifas cada vez más altas cobradas por los contrabandistas- están probablemente ralentizando el tráfico humano hacia el norte.

Los rumores, tanto acerca de las amnistías como del endurecimiento de las medidas estadounidenses, se han filtrado hace tiempo en las comunidades “de partida” de migrantes y han influido en el comportamiento de éstos. Los meses de primavera suelen ser los más concurridos.

Pero Trump -o ‘Tromp’, como se pronuncia aquí el apellido del presidente, sin mucho cariño- a menudo es considerado culpable, o responsable, según el punto de vista de cada uno.

“No estoy de acuerdo con este Trump, pero está haciendo lo que la gente quiere”, expresa Eliseo Estrada, un corpulento comandante de la policía de Nogales, desde un punto clave donde la cerca existente de la frontera -una ondulante cortina de acero de 15 pies de altura- separa esta bulliciosa ciudad de la mucho más pequeña Nogales, en Arizona. “A México también el vendría bien un presidente fuerte”, remarca.

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Debajo de la colina, en la ciudad, donde los patios traseros colmados de bicicletas, mesas y juguetes lindan con la barrera fronteriza, santuarios marcan el sitio donde, en 2012, un agente de la Patrulla Fronteriza disparó cerca de 10 veces a través de una brecha en la cerca a un adolescente mexicano, José Antonio Elena Rodríguez. El esperado juicio por asesinato que enfrentará el agente, Lonnie Swartz, comenzará este año.

Incluso los contrabandistas de personas, conocidos como ‘coyotes’ -cuyas tarifas se ajustan a medida que cruzar se vuelve una tarea más difícil- sostienen que la dura táctica al otro lado ha llenado de inseguridad a muchos.

“La gente está psicológicamente traumatizada”, afirma un veterano coyote, un delgado anecdotista con risa de tequila, quien pidió no ser identificado por temor a un arresto.

En el lado estadounidense también la táctica de Trump causa ansiedad, ya que la gente se pregunta acerca de sus familiares y vecinos que podrían ser deportados, o por aquellos en México que quedarían permanentemente separados de sus seres queridos.

“Es de lo único que se habla: Trump, la frontera, las redadas, las deportaciones”, asegura el sheriff Tony Estrada, del condado de Santa Cruz, en Arizona. “Lo oyes en los cafés, en los restaurantes, en todas partes”, dice Estrada, quien nació en el lado mexicano y emigró cuando era niño con su familia a Arizona. “La gente tiene miedo”.

Una imagen en una instalación artística sobre la cerca representa el rostro bigotudo de Jesús Malverde, una suerte de Robin Hood de comienzos del siglo XX, quien hoy es reverenciado como patrón de narcotraficantes y bandidos en México. Pese al control de años recientes, las drogas ilícitas siguen pasando a través de los túneles narco excavados por debajo de la cerca, en cargas tiradas o levantadas, y en los semirremolques y autos que pasan por los concurridos puertos de entrada, a veces rociadas con un poderoso extracto de pimiento chile para disuadir a los perros de las autoridades.

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Mucho antes de la era Trump, las sucesivas administraciones estadounidenses invirtieron miles de millones de dólares para contratar más guardias, mejorar la barrera y desplegar equipamiento militar -como sensores de tierra hasta aviones no tripulados y torres de observación con cámaras-. No hay duda de que la inversión ha hecho que los cruces sin permiso sean más caros y difíciles, además de peligrosos, como lo demuestran las decenas de migrantes que han perecido en los últimos años al intentar cruzar el desierto de Arizona.

En la actualidad, nadie se aventura aquí sin un contrabandista. La época de los grandes grupos que luchaban por su propia cuenta ha desaparecido hace tiempo. Los sindicatos delictivos que manejan las drogas también controlan el comercio de personas. “La mafia demanda su parte”, afirma el coyote locuaz, quien se dedica a esas labores hace dos décadas.

Los miradores ocultos, conocidos como ‘puntos’, observan de cerca la franja fronteriza e informan a los superiores sobre cualquier actividad. Al este de la ciudad, donde la imponente valla de acero da paso a una barrera creada con vías de ferrocarril viejas cubiertas con alambre de púas, la evidencia de cruces del pasado es clara: botella de aguas vacías, paquetes de comida desechados, fogatas ya extinguidas.

Huellas y desechos se alinean formando un misterioso y abandonado campo santo, conocido como el cementerio chino, el lugar de descanso eterno de muchos fallecidos de la antigua y próspera comunidad china que vivía en la región, y que fue obligada a retirarse a comienzos del siglo XX, en medio de una ola de xenofobia. Sin embargo, encontrar a alguien cruzando por esta zona, alguna vez llena de potenciales migrantes, es ahora una tarea imposible.

Dos agentes de la Patrulla Fronteriza, con su vehículo verde y blanco estacionado en un camino de tierra en el lado estadounidense, son escépticos de que el muro planeado por Trump resulte efectivo, dado el terreno irregular y montañoso, y las peligrosas tormentas de verano. “Una pared podría probablemente desaparecer cuando llegaran los monzones”, concluye uno de los agentes, que se negó a ser identificado por no contar con autorización para hablar del tema.

Los coyotes cobran ahora cerca de $4,000 por persona para contrabandear a gente indocumentada hacia Tucson, a sólo 60 millas al norte, y $6,000 para llegar a Phoenix. Las tarifas son cinco veces más altas de lo que eran hace una década, cuando este tramo de la frontera internacional era por lejos el más concurrido del suroeste. Entre los años fiscales 2006 y 2016, sin embargo, las detenciones anuales de la Patrulla Fronteriza en el sector de Tucson -que incluye la franja de Nogales- se desplomaron de casi 400,000 a cerca de 65,000.

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De hecho, el desarrollo de la frontera de Trump llega en tiempos donde el tráfico de inmigrantes sin permiso es bajo. En toda la región fronteriza sudoeste, los agentes en el año fiscal 2016 registraron 408,870 arrestos -comparado con 1.1 millones en 2006 y 1.6 millones en 2000-. Los ciudadanos centroamericanos ahora superan a los mexicanos detenidos.

A pesar de los desafíos considerables, no todo el mundo está disuadido. Se sabe que nadie puede detener a aquellos decididos a cruzar. El contrabandista afirmó que esa misma noche cruzaría a tres clientes; muchos deportados sostienen que no tienen más remedio que volver.

“Mi vida está al otro lado”, señala Oscar Félix, de 48 años, desde un refugio católico para deportados, que provee desayuno a los migrantes. “Desde luego que volveré”.

Félix vivió 30 años en la zona de Phoenix después de ingresar ilegalmente a los EE.UU. cuatro décadas antes, donde comenzó a trabajar como mecánico. Tiene cuatro hijos nacidos en ese país, de edades entre 14 y 1 año de edad. El hombre fue arrestado en diciembre pasado por una orden de captura pendiente, emitida por conducir sin licencia. Estuvo detenido por tres días y luego fue entregado a agentes de inmigración, quienes lo retuvieron por dos meses y medio antes de su deportación, en febrero. Ahora, planea visitar a su familia en Ciudad Obregón, su pueblo natal, y de allí volver a cruzar. No tiene dudas de que lo logrará.

“No tengo vida en México; mi vida, mi familia, están al otro lado”, dice el afligido Félix, de pie bajo una fría lluvia que cae en el exterior del refugio con desayuno gratuito. “No se trata de Trump. Se trata de mi familia. Tengo que regresar a Phoenix”.

Si desea leer la nota en ingles, haga clic aquí.

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Traducción: Valeria Agis

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