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System of a Down sacudió a San Bernardino con potencia y diversidad

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No me ha sido fácil ver a la emblemática banda System of a Down en condiciones adecuadas. Una semana antes del concierto aquí reseñado, estuve de vacaciones en México con una meta precisa: asistir al Force Fest, un ambicioso festival ‘metalero’ de dos días que prometía mucho y cuyo cartel de la primera fecha estaba justamente encabezado por estos celebrados rockeros californianos.

Pero las cosas no salieron como esperaba, principalmente porque el evento, realizado en un enorme campo de golf cercano a las ruinas de Teotihuacán, se le salió por completo de las manos a los organizadores, quienes no supieron manejar las demandas del clima y de la logística e hicieron con ello que los miles y miles de asistentes sufrieran las inclemencias de una tormenta que convirtió el lugar entero en un inmenso pantano por el que resultaba arriesgado caminar.

Para colmo, el acceso a la zona preferencial del escenario principal en el que tocó SOAD (como también se conoce a la agrupación) era casi imposible debido a la mala disposición de la entrada; y una vez que logré ingresar, los controles de seguridad eran tan inadecuados que mucha gente empezó a meterse sin el brazalete requerido, lo que causó una congestión enorme y el peligro permanente de ser aplastado en medio de una multitud enardecida que empujaba a quien se le pusiera por delante con el fin irracional de obtener mejores posiciones.

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En medio de esos literales aprietos, fue sumamente incómodo tratar de apreciar al menos una parte del concierto, aunque quedó claro que, tras un prolongado receso, el grupo se encontraba en plena forma y armado con un largo y poderoso ‘set’ en el que no faltaban las pantallas gigantes desde las que se transmitían creativas imágenes animadas.

Por fortuna, la oportunidad de quitarse el mal trago llegó poco después con una presentación igualmente masiva en el Glen Helen Amphitheater de San Bernardino, que no se realizó tampoco con las mejores condiciones atmosféricas (hubo una lluvia moderada, al menos en comparación a la de las tierras aztecas) y que presentó complicaciones de entrada y de salida debido a la lejanía de la ciudad de Los Ángeles y a la enorme multitud presente, pero que mantuvo las cosas dentro de un cauce mucho más razonable.

Pese a que el volumen no era tan brutal como el Teotihuacán, donde no había aparentemente esas restricciones de decibeles que son típicas de los Estados Unidos, SOAD sonó siempre fuerte y conciso, respaldado por la labor del gran guitarrista Daron Malakian, quien no es muy adepto de los solos, pero que sigue siendo uno de los proveedores más contundentes de ‘riffs’ de la era actual, como lo demostró durante la interpretación de “B.Y.O.B.”, una de las piezas más poderosas del grupo tanto en el plano instrumental como en el político, ya que se creó con un claro mensaje en contra de la guerra en Irak.

Pese a haber sido enmarcado frecuentemente en los lineamientos del heavy metal, este combo va mucho más allá de esos límites, porque su vocalista Serj Tankian posee un rango impresionante que coquetea con la ópera y todos sus miembros son de ascendencia armenia, lo que les permite meterse con naturalidad en fusiones musicales de lo más inusuales, plasmadas por ejemplo en “I-E-A-I-A-I-O”.

Aunque es sabido que ha tenido algunos problemas internos, la banda se mostró de muy humor en el estrado, hasta el punto de que Malakian se burló de sí mismo al interrumpir la interpretación de “Cigaro” para remarcar lo estúpida que le parece la letra de esta composición de su autoría.

El generoso repertorio de cerca de dos horas incluyó hasta 30 cortes, y además de incluir títulos como “Chop Suey,” “Lost In Hollywood,” “Hypnotize” y “Spiders,” se cerró en plan muy ‘thrash’ con las contundentes “Toxicity” y “Sugar”, que remitieron por momentos al ruidoso arte de Slayer. Lo único que lamentar al término de este monumental show es que SOAD no haya podido dejar de lado sus pugnas internas para grabar y lanzar lo que, en estos momentos, sería su primer álbum en 13 años.

Pese a que el tráfico que se genera habitualmente en los alrededores de este auditorio y otras obligaciones laborales nos llevaron a perdernos la presentación de At the Drive-In, el excelente grupo encabezado por latinos que se ha reunido después de varios años (aunque tanto su cantante como su guitarrista formaron luego el igualmente notable The Mars Volta), llegamos justo a tiempo para ver a otras de las bandas ‘teloneras’, Incubus, que tiene ya una carrera de más de un cuarto de siglo y procede de la zona montañosa de Calabasas.

Mucho menos ‘dura’ que SOAD y con un sonido pronunciadamente limpio, Incubus dejó de todos modos una buena impresión con una selección de piezas que pueden sonar a veces demasiado ‘noventeras’ y predecibles (como es el caso de “Pardon Me”), pero que en otros momentos se ponen de lo más rockeras e incursionan incluso en terrenos progresivos, como es el caso de “Anna Molly” y de “Megalomaniac”.

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