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Slayer derrotó al frío en compañía de sus amigos en la tarima y de sus devotos en el ‘slam’ mientras se retira

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Hasta los más grandes tienen que desaparecer, y eso es lo que está ocurriendo ahora mismo con Slayer, una banda californiana que, tras la comercialización de Metallica, sigue siendo el referente esencial del ‘thrash’, una de las ramas más fuertes del metal, y que se encuentra envuelta en lo que según sus integrantes es una última gira mundial antes del retiro definitivo.

Durante la presentación correspondiente al Sur de California del sábado pasado, el grupo, que cuenta con un enorme contingente de fans latinos, tuvo el acierto de rodearse de otros grandes exponentes del género, aunque los organizadores del concierto erraron al colocar a los emblemáticos Testament en el primer horario, a las 5 de la tarde, lo que hizo que muchos perdieran su set; pero el problema más grande fue la elección del auditorio, el Fivepoint Amphitheatre de Irvine, que es nuevo y que, como lo demostró esa noche, tiene todavía mucho camino por recorrer para albergar eventos de carácter internacional.

De ese modo, la disposición de las graderías y de la zona general parecía completamente improvisada, con problemas de distribución y de visibilidad que se veían acentuadas por el nivel inusualmente bajo del escenario; pero lo más grave de todo -y esto no es culpa de los organizadores, ciertamente- es que la noche de ese día fue una de las más frías que hayamos recordado en una temporada como ésta, con lluvia y todo, lo que resultó particularmente inadecuado en vista de que se trataba de un local al aire libre.

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Curiosamente, estas circunstancias negativas sirvieron involuntariamente para remarcar el carácter histórico de Slayer, porque una vez que sus cuatro integrantes empezaron a tocar, el sonido poderoso e impecable que brotaba de los amplificadores y la convicción absoluta con la que ellos mismos se entregaban a sus labores hicieron que los malestares desaparecieran como por arte de magia... aunque en este caso se haya tratado de magia negra, debido a la conocida tendencia oscurantista de sus letras.

También colaboró en el área del calentamiento la cercanía que se tenía irremediablemente con unos asistentes que hasta entonces habían estado mucho más dispersos, los círculos espontáneos de ‘slam’ que se armaron por todos lados y hasta la fogata modesta que se creó por ahí, en consonancia con la devoción por el fuego que tienen los amantes de esta agrupación.

Slayer, que se formó en Huntington Park, hizo un recorrido sustancioso por sus 37 años de carrera, empezando por “Repentless”, el tema más conocido de su álbum más reciente del mismo nombre, y terminando con “Angel of Death”, que es su composición más celebrada. Ambas se caracterizan por su velocidad extrema y su agresividad, y ese es el tono que se mantuvo por lo general, en consonancia con la reputación imbatible de sus autores, aunque también hubo momentos más lentos y pesados, como los que distinguen completamente a los cortes “Seasons in the Abyss”, “Mandatory Suicide” y “South of Heaven”.

“Perdón por la lluvia; hablé con Dios para que no la mandara esta noche, pero no me hizo caso”, dijo en un momento dado de manera burlona el bajista y vocalista de origen chileno Tom Araya, quien mantiene la conocida potencia de su voz de manera más que decorosa y que entonó también títulos como “War Ensemble”, “Postmortem”, “Black Magic”, “Payback”, “Dittohead” y “Chemical Warfare”.

Es justo decir que ésta no es la formación más celebrada de Slayer, porque uno de sus guitarristas, Jeff Hanneman, falleció en el 2013, y su mejor baterista, Dave Lombardo, dejó de tocar con el combo en el 2013 debido a disputas de dinero, lo que sigue causando disgusto entre los fans. Pero además de Araya, sigue estando presente el otro guitarrista, Kerry King, mientras que Hanneman ha sido reemplazado por Gary Hoult, un músico de enorme nivel que milita también en los legendarios Exodus; y el puesto de baterista se encuentra en las manos de Paul Bostaph, quien ha tocado también con Testament, Exodus y Forbidden. Lo más importante, en todo caso, es que el resultado de la suma de sus partes sigue siendo completamente demoledor.

Antes de Slayer, la tarima fue ocupada por Lamb of God, una banda de Richmond, Virginia, que cuenta también con muchos fans pero que es mucho más moderna (se fundó en 1994) y que, ante nuestros oídos, interpreta un estilo no del todo satisfactorio que posee demasiadas referencias al ‘nu metal’ (aunque algunos lo llamen ahora ‘groove’).

Pese a todo, la audiencia celebró cada una de sus interpretaciones, y el vocalista Randy Randy Blythe tuvo el tino de interrumpir brevemente la presentación a la mitad de la canción “Walk With Me in Hell” para que los paramédicos pudieran atender a un asistente que se encontraba lastimado, quizás a consecuencia del ‘slam’.

Disfrutamos mucho más del set anterior, ofrecido por Anthrax, otro referente esencial del thrash, así como una banda que, al igual que Slayer, ha mantenido por lo general su estilo de base, en medio de algunos cambios de formación y tomando en cuenta que su escuela es mucho menos brutal que la de los protagonistas de esta noche, aunque resulta ciertamente entretenida, veloz y compacta.

El set de siete canciones liderado por el guitarrista fundador Scott Ian y el emblemático vocalista Joey Belladonna fue breve pero fulminante, y además de títulos de cosecha propia como “Caught in the Mosh”, “I Al the Law” e “Indians”, incluyó su logrado ‘cover’ de “Antisocial”, surco original del grupo francés de hardrock Trust. En esos momentos, la lluvia no caía todavía y el sol mantenía un poco de su brillo, por lo que los presentes aprovecharon las circunstancias para desfogarse sin reparos en los ‘pits’.

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