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Mon Laferte probó en el Muelle de Santa Mónica que su talento es tan grande como su versatilidad

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Tuvo que dejar su Chile de origen, donde empezó su trayectoria, para obtener desde Ciudad de México (su actual lugar de residencia) un nivel de reconocimiento internacional que le ha resultado sumamente provechoso, hasta el punto de que ahora mismo es probablemente la artista más aclamada de la escena alternativa latinoamericana.

Pero lo cierto es que Mon Laferte es mucho más que una figura que se pueda colocar en un nicho específico, como lo dejó en claro el jueves pasado en el Muelle de Santa Mónica, donde ofreció un concierto gratuito e impecable en el que su increíble garganta fue la protagonista, pero que manejó también una propuesta estética claramente ’retro’ que se conectaba con el estilo de rock’n’roll de los ’50 representado en varios de los temas.

Sin embargo, ese no fue el único género que se escuchó en la velada, ni mucho menos, porque es absolutamente claro que, en esta etapa de su carrera, Laferte no se conforma con seguir una sola tendencia, sino que apela a distintos ritmos y escuelas para darle diversidad a unas interpretaciones que tienen como base unas letras marcadamente personales y, en más de una ocasión, profundamente emotivas, aunque eso se debe también a la intensidad y a la calidad de su voz.

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De ese modo, fuera del rock y del blues, que al sumarse a su aspecto escénico pueden remitir a estrellas femeninas determinadas (se ha mencionado a Amy Winehouse, pero podría citarse igualmente a Wanda Jackson), Laferte incursiona con solvencia en distintos acentos latinos. Aunque vive en México y posee una actitud que encaja con el recuerdo de Chavela Vargas -la célebre costarricense adoptada por los aztecas-, las referencias por ese lado van mucho más por lo sudamericano, sobre todo en su álbum más reciente, “La trenza”, que fue atendido con generosidad en esta presentación.

Así, Perú (la nación de la que proviene el autor de este artículo) se hizo presente de un modo u otro en más de una oportunidad: primero fue a través de “Yo te qui” [sic], decididamente influenciada por el vals limeño; después le llegó el turno a “Pa’ dónde se fue”, en la que hasta las coreografías recordaron al recientemente revalorizado fenómeno de la chicha; y luego descubrimos que el único ’cover’ de la noche era “Ana”, un tema original de la banda de protopunk inca Los Saicos, surgida en la década de los ’60.

Pero lo que Laferte hace alcanza a modalidades de amplio conocimiento para cualquiera que se precie de sus raíces latinas, incluyendo a los boleros, que le fueron inculcados por su abuela y que se cuelan indudablemente en sus apasionadas baladas, como dos de las joyas de su disco anterior (“Vol. 1”, del 2015): “Tormento” (que fue el corte de apertura) y “Tu falta de querer” (que fue el de cierre).

Pese a que la sensación dejada por muchas de sus grabaciones puede ser de lo más melancólica, Laferte, que se vio acompañada por una banda de instrumentistas completamente mexicanos, no ofreció un show marcado por la tristeza; y no solo porque ella misma lucía feliz con el cariño que le prodigaban sus fans, sino porque incluyó en su repertorio composiciones festivas, como la entretenida “No te fumes mi mariguana” (que la llevó a adoptar poses de ‘pin-up girl’) y la movida “El Diablo” (que pasó del ska al reggae y regresó luego al ska).

Un conocido nuestro que andaba por ahí nos comentó que la faena realizada por esta chilena le recordó lo que hace el español Enrique Bunbury debido a su versatilidad y su profesionalismo. La comparación es elogiosa, claro, y hasta pertinente, porque su reciente placa tiene un dúo con el ex Héroes (”Mi buen amor”); pero lo cierto es que, además de ser mujer -y de convocar por ello a muchas damas en sus conciertos, aunque vimos también a numerosos hombres-, esta intérprete y compositora posee una identidad propia y un futuro realmente prometedor, siempre y cuando no sea absorbida por la gran industria.

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