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Luis Miguel sedujo a L.A. con las virtudes de su voz y un repertorio fríamente calculado, aunque variado y profesional

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Si se quiere ser abogado del Diablo, podría decirse que no se encuentra en su mejor momento, porque sus temas más populares se lanzaron a mediados de los ’80 y principios de los ’90; pero además de que sigue siendo una leyenda viviente de la música latina (el seudónimo de “El Sol de México” no es gratuito), Luis Miguel acaba de renovar el interés en su carrera debido al reciente lanzamiento de una serie biográfica de televisión que contó con su autorización y que viene causando sensación en toda Hispanoamérica.

Claro que nada de esto tendría demasiado valor si es que el cantante de 48 años, que ha sido siempre considerado un ‘sex symbol’ y que se encuentra ahora desprovisto de la generosa cabellera del pasado -aunque sabe todavía cuáles son los breves movimientos que entusiasman a sus fans y que, además de lucir un impecable traje de saco y corbata, lleva actualmente un corte de pelo de lo más ‘rockabilly’-, hubiera perdido la cualidad más importante que puede tener un artista de esta clase: su voz.

Para fortuna de quienes acudieron a verlo la noche del domingo en un Hollywood Bowl que se encontraba completamente lleno, la garganta del ídolo está en perfecto estado, lo que le permitió entonar todo del mejor modo posible, en medio de unas condiciones óptimas de sonido que, sin embargo, no impidieron que se mostrara a veces incómodo, en consonancia con su búsqueda habitual de la perfección y en medio de proezas personales que lo llevaron a cantar con el micrófono a una distancia considerable de los labios, a la usanza de iconos de la talla de Vicente Fernández.

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Eso no quiere decir que él mismo ofrezca repertorios impecables. Como buen representante del pop comercial que es, Luis Miguel tiene canciones en las que los arreglos resultan demasiado exagerados y hasta chirriantes: y esa es una faceta inevitable de su trayectoria que, además de no faltar en el Bowl, fue con la que se abrió fuego a través de la interpretación de piezas como “Si te vas”, “Tú, sólo tú” y “Amor, amor, amor”.

En realidad, se le siente mucho más trascendente cuando entona baladas, y por suerte, estas no tardaron en llegar gracias a la irrupción temprana de “Devuélveme el amor”, una pieza de factura impecable que fue el preludio de “No sé tú”, otro tema lento que fue acompañado por una melodía de teclado procedente del clásico del rock anglosajón “A Whiter Shade Of Pale”, de Procol Harum.

En realidad, se le siente mucho más trascendente cuando entona baladas, y por suerte, estas no tardaron en llegar gracias a la irrupción temprana de “Devuélveme el amor”, una pieza de factura impecable que fue el preludio de “No sé tú”, otro tema lento que fue acompañado por una melodía de teclado procedente del clásico del rock anglosajón “A Whiter Shade Of Pale”, de Procol Harum.

Poco después, Luis Miguel (que mantiene el bronceado imposible) optó por repasar las composiciones de este género que se encargó de popularizar apelando a la estrategia de los popurrís, presentando uno que contenía fragmentos de “Fría como el viento”, “Tengo todo excepto a ti” y “Entrégate”, y más adelante, otro en el que aparecían partes de “Palabra de honor” y “La incondicional”.

A diferencia de lo que suele hacer -y a decir de quienes lo han visto a lo largo de muchos años-, se mostró mucho más comunicativo y simpático que de costumbre, aunque no pasó por lo general de los discursos genéricos de agradecimiento que se esperan de las estrellas de su categoría mientras mantenía la distancia de divo que lo ha distinguido desde sus inicios.

Sea como sea, los popurrís fueron una manera conveniente de complacer a la audiencia en poco tiempo; pero el lado negativo de la idea es que había varias canciones por ahí que queríamos escuchar completas, sobre todo en el caso de “Palabra de honor”, que nos sigue pareciendo la mejor que ha hecho -y que es probablemente la más difícil de interpretar debido a un fabuloso final con ‘falsete’ que no se escuchó en el concierto-, pese a que el vocalista llevó su voz por ese tipo de terrenos en otros momentos, como cuando realizó un logrado contrapunto con un vibrante solo de saxo.

En el plano musical, lo interesante de Luis Miguel es que maneja diferentes géneros, lo que permitió que el show de Hollywood fuera realmente diverso. Cerca de la mitad del mismo, el cantante se sacó de la manga sus celebradas versiones de boleros inmortales, interpretadas a veces con la única compañía de un piano, como fue el caso de “La barca”, “La mentira” y “Contigo en la distancia”.

Pero eso no es todo; recientemente -para ser más precisos, a partir del disco “México en la piel” (2004)-, el protagonista de la velada incursionó con igual fortuna en la música tradicional mexicana, y ese fue justamente el foco del siguiente segmento, en el que la banda de formato pop/rock que lo había acompañado hasta el momento fue reemplazada por un mariachi que le sirvió de fondo para cantar de manera bravía piezas como “La fiesta del Mariachi” (un corte inédito que aparece en su último disco, lanzado en el 2017) y que tuvo arranques instrumentales notables, como el solo de arpa que se escuchó por ahí.

Luismi (como lo llaman sus seguidores) concluyó la faena con otro de sus benditos popurrís, en el que se incluyeron esta vez “Ahora te puedes marchar”, “Isabel”, “La chica del bikini azul” y, claro está, “Cuando calienta el sol”, el exitoso ‘cover’ de un título de los ‘60 que lo impuso a nivel mundial cuando tenía solo 17 años y no imaginaba que, tres décadas después, contaría con una producción propia en la pantalla chica, así como una multitud de fanáticos ansiosos por conocer detalles de una vida privada que había tratado hasta ahora de mantener celosamente en secreto.

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