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Buena Vista Social Club: nostalgia y gratitud

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El Segerstrom Center for the Arts en el condado de Orange County se vistió de gala para recibir al mayor exponente de música cubana de todos los tiempos, La Orquesta Buena Vista Social Club. Este colectivo de grandes artistas del ayer, como Omara Portuondo, Eliades Ochoa, Barbarito Torres, Manuel “Guajiro” Mirabal y “Papi” Oviedo, toma el nombre de un mítico salón de baile en La Habana, Cuba, que en la década de los cincuenta se convirtió en una especie de semillero donde ellos se forjaron junto a docenas de otros cantantes y músicos virtuosos que en los últimos años nos han ido abandonando.

En su última presentación en California, el apropiadamente nombrado “Adiós Tour” hizo evidente la mezcla de alegría y nostalgia que embargaba a los artistas sobre la tarima, la mayoría septuagenarios, y de la cual se contagió el público asistente que celebraba tamaño privilegio, consciente de la avanzada edad de la mayoría de sus integrantes y lo exigente que es llevar adelante este tercer tour internacional, que marca el quincuagésimo aniversario de la orquesta.

El joven pianista Rolando Luna dio inicio a la velada a solas con un denso danzón llamado “Como siento yo” que sirvió como punto de partida para que los demás integrantes de la orquesta tomaran la posta e impulsaran el vibrar del concierto con cada tema. Bajo la dirección de Jesús “Aguaje” Ramos, un capo en el trombón, la orquesta conformada por músicos y coristas de diferentes generaciones impresionó con su talento.

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Pedro Pablo Gutiérrez demostró su dominio sobre las cuatro cuerdas del contrabajo que golpeaba con acentos jazzeados; Fernández y Sánchez, en las congas y bongós, formaban parte de la sección de percusión, que fue precisa y dinámica durante toda la jornada. En los metales, los veteranos Don Luis y Manuel “Guajiro” Mirabal hicieron lo suyo en las trompetas, aprovechando los versos para secar sus instrumentos mientras observaban la proyección de fotos del recuerdo y el ‘in memoriam’ que homenajeaba a sus compañeros ya fallecidos.

Verse reflejado en pantalla gigante con cincuenta años menos, en blanco y negro y rodeado de amigos que ya no están, ha de ser muy emotivo para cualquiera. El público también se unió al homenaje, interrumpiendo brevemente las canciones con aplausos para demostrar su aprecio y respeto con los finados.

Los cantantes se turnaron el rol protagónico cada dos o tres números, uniendo sus voces en temas que los ya fallecidos Ibrahim Ferrer y Compay Segundo hicieron conocidos, como “Veinte años”, “Dos gardenias” y “El cuarto de Tula”. Omara Portuondo, quien tuvo un gracioso baile con su esposo y guitarrista “Papi” Oviedo, deslumbró con su emoción interpretativa; no por nada la llaman “La Novia del Filin” desde sus inicios. Adornó standards de jazz, son cubano, bolero, danzón y guaguancó con una técnica admirable. Si bien físicamente no le era posible recorrer el estrado, realizó su paseo a través de escalas que la llevaron por tonos graves y agudos, mediante armonías tristes y dulces melodías.

Eliades Ochoa se hizo dueño del escenario cada vez que se incorporaba a la tarima vistiendo su ya característico atuendo y sombrero negro, y demostró su destreza en la guitarra e imponente cantar guajiro. También puso un toque de conciencia al hablar del cambio climático y los problemas ambientales que sufre el planeta Tierra mientras introducía su alegre canción “A la Luna yo me voy”, en la cual pregona que se manda a mudar a nuestro satélite porque tiene sus razones y solo piensa en volver cuando esté de vacaciones. Unos cincuenta años más y su visión quizás se vuelva realidad.

“Se volvió loco Barbarito” fue la frase que varios de los integrantes repitieron cada vez que Barbarito Torres cogía su laúd cubano (instrumento de doce cuerdas) y se ponía de pie para realizar complicados solos al filo de la tarima. Dueño de un estilo nada sobrio, supo ganarse al recinto en el último tramo del concierto con ayuda del joven cantante de la orquesta, quien sujetó el instrumento detrás de él para que Barbarito repique las cuerdas de su laúd con las manos detrás de la cintura. Fenomenal.

La nostalgia y la emoción fueron realmente palpables, tanto así que el público (en su mayoría anglosajón) se desbordó hacia los pasillos para bailar y acercarse al frente del recinto, algo que estoy seguro no había pasado nunca en este salón de eventos tan sofisticado. Los anfitriones, pulcramente vestidos, poco pudieron hacer para evitar la algarabía.

No era para menos; un concierto de despedida de esta magnitud, con veteranos cantantes y músicos virtuosos, queridos y reconocidos internacionalmente, es motivo de festejo y también de gratitud hacia todos ellos por haber dedicado una vida a hacer música que ha traspasado generaciones, fronteras y barreras culturales. A todos los integrantes de Orquesta Buena Vista Social Club, los fallecidos, los que aún tenemos presentes y la nueva generación, les quedamos eternamente agradecidos.

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