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AC/DC en el Dodger Stadium: rock añejo, pero vigente y contundente

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En determinado momento del concierto, más precisamente, a la mitad de la interpretación del clásico tema “Let There Be Rock”, el guitarrista Angus Young se enfrascó en un larguísimo solo que lo llevó a recorrer tanto sus cuerdas como la rampa que salía del escenario con el entusiasmo propio de un adolescente.

Lo interesante es que la escena no se dio en 1975, cuando el aludido era realmente un jovencito, sino cuatro décadas después, a mitad del 2015, cuando ya cuenta con 60 años y, pese a ello, es el responsable principal de dejar boquiabiertos a los fans al parecer inextinguibles de su mítica agrupación AC/DC, la misma que ofreció un concierto multitudinario y realmente emocionante en el Dodger Stadium de Los Ángeles el lunes pasado.

No se trata de que los años hayan pasado en vano por él, claro; incluso con su trajecito de escolar y su pelo largo, Angus luce como un hombre mayor, aunque probablemente en mucho mejor estado físico que el resto de sus compañeros, como por ejemplo el cantante Brian Johson, que es mayor (tiene 67 años) y ya no se lo sube a los hombros como en el pasado, pese a que estuvo también de lo más activo durante esta presentación y llegó a arrodillarse ante la devota audiencia.

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Pero lo más significativo de todo es que, a estas alturas, una agrupación como la descrita siga siendo capaz de llenar auditorios tan vastos con una propuesta que, en tiempos de Justin Bieber y de Miley Cyrus, deja en claro que el rock’n’roll puro y duro sigue contando con un enorme nivel de convocatoria cuando se encuentra bien hecho y le ha brindado al mundo clásicos de tanta altura como los que fueron interpretados y coreados sin pausa alguna por la multitud.

Es cierto que AC/DC no tiene nada realmente distinto que ofrecer, ya que si bien lanzó en noviembre pasado un nuevo álbum -“Rock Or Bust”- e incluyó en el show aquí reseñado tres temas de la placa (incluyendo el gran “Baptism by Fire”), lo que ha venido haciendo por décadas posee tanto la misma energía como el mismo estilo, hasta el punto de que sus detractores han dicho en más de una ocasión que sus integrantes se dedican a tocar una única canción. Pero si es así, debemos decir que esta es la única vez en que hemos sentido que unos tipos nos pueden entretener tanto repitiendo lo mismo a lo largo de casi dos horas.

En todo caso, en el plano de la alineación, la banda sí llegó con novedades, no solo por la falta de su guitarrista rítmico Malcolm Young, el hermano de Angus que fue diagnosticado el año pasado de demencia, sino también por la de Phil Rudd, el baterista más emblemático de su carrera, quien se encuentra ahora mismo con arresto domiciliario tras haberse involucrado en un intento de asesinato en Nueva Zelanda, país donde radica. Estas ausencias pasaron quizás desapercibidas ante los ojos de los asistentes de menor edad (sí, habían muchos jovencitos), pero afectaron sin duda a los espectadores más entendidos, ya que ambos músicos han sido esenciales en la conformación del sonido más emblemático del grupo.

El primero es ahora reemplazado por Stevie Young, sobrino de Angus, y el segundo por Chris Slade, quien formó parte de la banda entre 1984 y 1989, lo que hace que todo quede casi literalmente en familia. En el caso de Stevie, no sabríamos realmente decir si lo hizo mejor o peor que Malcolm, aunque somos plenamente conscientes de que el mismo Malcolm creó por cuenta propia muchos de los riffs de AC/DC; pero extrañamos el toque clamorosamente sencillo y a la vez exacto de Rudd, sin que esto signifique que Slade no sea un gran baterista.

Por su lado, Johnson no estuvo probablemente en las condiciones vocales de la gira anterior del 2008-2010 (¿ya les dijimos que tiene 67 años?) y sigue sin ser el más adecuado para entonar las composiciones hechas con el cantante original Bon Scott, pero mantiene su estilo agudo y agresivo de un modo mucho más logrado de lo que podría esperarse.

AC/DC salió a escena pasadas las 9 de la noche, luego de un set inesperado pero placentero de Vintage Trouble, una banda ‘garajera’ cargada de potencia y de un vibrante vocalista afroamericano. Su salida fue precedida por un video en el que unos astronautas llegaban a un planeta desconocido donde se enfrentaban a una entidad que representaba a esta misma agrupación, y si bien la idea era de lo más ‘cheesy’, no cayó mal como preludio de un conjunto que, tal y como van las cosas, parece haberse convertido ya en una fuerza de la Naturaleza.

Lo que vino después fue una sesión musical casi ininterrumpida (“vamos a hacer algo de rock’n’roll”, dijo Johnson casi al comienzo, y no volvió a decir nada más) en la que abundaron piezas que tiene ya carácter de himnos, como “Back in Black”, “Dirty Deeds Done Dirt Cheap”, “Hell Bells”, “Highway to Hell” y, para el postre, la infaltable “For Those About to Rock (We Salute You)”, que no contó con la presencia física de los recordados cañones, pero sí con su estruendo sonoro.

En ese sentido, la puesta en escena no resultó demasiado impresionante, aunque había varias pantallas gigantes para no perderse detalle alguno, se encontrara donde se encontrara el asistente; y la provocativa canción “Whole Lotta Rosie” llegó acompañada de la enorme figura inflable de una prostituta. ¿Podría haber algo más rock’n’roll que eso?

Dentro de todo, más allá del repertorio que maneje el grupo, la entrada se encuentra ya pagada con Angus, dueño de un estilo que se encuentra lejos de ser limpio (es más, responde a los lineamientos de una modalidad ‘bluesera’ ciertamente sobreamplificada), pero cuya intensidad eléctrica es la esencia misma de este género. Mientras el hombre siga actuando de este modo, la supervivencia de la escuela se encuentra asegurada.

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