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Un remoto taller de montaña en Colorado, el lugar donde nacen los Grammy

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Pocos lugares parecen más alejados del glamoroso mundo de la industria del entretenimiento que esta ciudad remota, en las montañas de San Juan.

Es una tierra casi mágica, de arroyos con truchas, lagos turquesas y picos escarpados. También es el hogar de los premios Grammy.

En un pequeño taller aquí, John Billings y su equipo de tres artesanos moldean, martillan, pulen y ensamblan cada uno de los pequeños gramófonos dorados. No hay robots, ni líneas de montaje. Sólo martillos centenarios, archivos y una paciencia infinita.

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Billings, de 71 años, ha fabricado los Grammy durante 41 de los 60 años de vida de los premios, incluida la próxima entrega. Su taller producirá 350, junto con alrededor de 220 Grammy Latinos, para el próximo show el 28 de enero. Fabricar cada uno toma 15 horas.

Cuando están listos, se los coloca en un remolque y se llevan a Los Ángeles. Una vez allí, Billings recoge una carga de “grammium”, una aleación de zinc secreta utilizada para hacer las preseas, que se funde en los suburbios de L.A. Luego regresa al suroeste de Colorado para comenzar de nuevo.

Puede parecer sorprendente que la Academia de la Grabación, que entrega los Grammy, dependa de cuatro hombres en un taller de montaña de 2,000 pies cuadrados para sus premios más prestigiosos.

Las estatuillas de los Oscar son fabricadas por una compañía de Nueva York, cuyo sitio web dice que su área principal “es tan grande como un campo de fútbol y tiene cuatro pisos”. Los Emmy Primetime, Daytime y Sports se fabrican en una instalación de 82,000 pies cuadrados, en Chicago.

“Creo que no es nuestro estilo ir por la forma más fácil de hacer las cosas”, afirmó Bill Freimuth, vicepresidente sénior de premios de la Academia de la Grabación. “Una de las razones por las que los artistas aprecian el premio es porque está hecho a mano y creado por otros artistas. Algunos argumentarían que es más precioso por eso”.

Billings, conocido localmente como el Grammy Man (Hombre Grammy), sin duda estaría de acuerdo. “Cada Grammy que hacemos es un individuo”, dijo.

Y como individuos, pueden surgir imperfecciones.

“Nos preguntamos unos a otros, ‘¿esto es un defecto o le da carácter?’ ‘’, relató. “Si está defectuoso, lo descartamos; los otros los guardamos”.

En un sábado reciente, Billings se sentó en una habitación sombría rodeada de Grammy viejos o rotos, uno de ellos ahora usado como pisapapeles, para hacer el crucigrama de Los Angeles Times. El lugar estaba tranquilo. Una foto del músico Carlos Santana con una pila de estatuillas Grammy sonreía desde la repisa de la chimenea.

Billings nació en Santa Mónica y, cuando era niño, vivía en Rodger Young Village, en Griffith Park, un proyecto de vivienda pública temporal establecido para los veteranos que regresaban después de la Segunda Guerra Mundial. “Solía ir a la cama y escuchar a los animales en el zoológico de Los Ángeles”, relató, encendiendo un cigarrillo.

Más tarde, la familia se mudó a Van Nuys, al lado de Bob Graves, quien creó el molde original del Grammy en su garaje, en 1958. Los premios se entregaron a los artistas en la primera ceremonia en 1959, por las obras realizadas el año anterior.

Billings vio trabajar a Graves y rápidamente se enamoró del proceso. Se convirtió en orfebre autodidacta y luego obtuvo un título en tecnología dental, aprendiendo a hacer dientes postizos. “Fundir dientes y joyas es esencialmente la misma técnica”, explicó.

Billings le da crédito a su hermano mayor, Don, por su propia y meticulosa atención al detalle. “Él era sordo y en aquellos días la gente evitaba a las personas sin audición, por lo cual pasaba horas en la habitación, construyendo modelos de aviones”, recordó. “Él me enseñó a tener paciencia”.

Graves le ofreció a Billings un puesto de aprendiz en 1976 para ayudarlo a hacer los Grammy y otros moldes. En 1983, después de la muerte de Graves, Billings compró el negocio a su viuda.

A principios de la década de 1990, los ejecutivos de Grammy le pidieron a Billings que rediseñara la presea para que pareciera más grande en televisión y fuese menos frágil. El brazo conectado a la campana del gramófono se rompía fácilmente. Billings, entonces, lo hizo más grueso y reemplazó la base de nogal por una de metal. Aumentó el tamaño total del trofeo en aproximadamente un 30%.

El producto final pesaba 5 libras.

Los negocios iban bien, pero Billings estaba cansado del ritmo frenético de Los Ángeles. Ansiaba escapar de la urbe y, en 1993, tuvo su oportunidad.

El difunto actor Dennis Weaver, estrella del programa de televisión “McCloud”, lo contrató para hacer las lámparas de su casa en Ridgway. La ciudad, con una población de aproximadamente 1,000 habitantes, tiene un parque que lleva el nombre de Weaver. “Nunca había estado en Colorado y sentí ‘¡guau!’ ‘’, recordó. “Me evocó a Van Nuys en los años 1950, cuando tenía campos de frijoles, huertos y caminos de tierra. Le dije a mi esposa que ése era el lugar donde íbamos a vivir. Ella no objetó”.

Así, compró una casa al lado de un río, donde regularmente pesca. Ahora trabaja siete días a la semana haciendo los Grammy, además de otros productos, incluidos los John R. Wooden Awards, que se otorgan a los jugadores de básquetbol universitarios masculinos y femeninos más destacados.

Billings, un hombre tranquilo, con el cabello sujetado en una cola de caballo gris, apagó su cigarrillo y entró al taller detrás de su oficina. Un letrero por encima decía “Grammy Row”. El sitio parece una cápsula del tiempo. Estatuas polvorientas de bailarinas, relojes viejos y gramófonos antiguos se encuentran en los estantes.

Había limas de hierro en tazas, cucharones chamuscados para metal caliente y un martillo de “embutir” de 120 años, con una cabeza plana que se utiliza para hacer surcos en los gramófonos dorados.

El premio Grammy está compuesto de una base, un gabinete y un brazo que sostiene la campana. Cada parte está fundida a partir de un molde, luego es limada y pulida. Después se ensamblan y se doran en oro de 24 quilates.

En la noche de la ceremonia, los ganadores reciben lo que Billings llama “los dobles de los Grammy”, no el producto final. El creador obtiene después los nombres de los triunfadores y los graba para cada uno, en la presea.

El orfebre suele asistir al show y a la fiesta de los nominados; como toca el bajo, disfruta de la compañía de músicos. “Nunca olvidaré ver a Jack Nicholson entregarle a Bob Dylan el Premio a la Trayectoria; yo soy un gran admirador de Dylan,”, relató. ”Empecé a llorar porque yo había hecho esa estatuilla, y sentí que era parte de eso”.

Los premios son sólidos pero no indestructibles. En febrero pasado, la cantante Adele rompió parte de su Grammy en el escenario. En 2010, Taylor Swift dejó caer uno de los cuatro premios que acunaba, rompiéndolo en pedazos. Ella escribió ‘¡Ups!’ al costado y ahora éste descansa en la oficina de Billings. “Si lo rompen, lo reparamos”, afirmó. “También renovamos viejas preseas. Hice una para Ella Fitzgerald”.

Pero los Grammy no son su mejor fuente de dinero, afirmó. Ese honor lo ostenta un pato níquel fumando un puro que hizo para la película de 1978 “Convoy”, sobre una armada de camioneros que se enfrentan a un corrupto sheriff de Arizona.

Kris Kristofferson protagonizó el film, y a su personaje se lo llamaba por la radio como “Rubber Duck” (pato de goma). El pato de metal era el adorno de capó.

“Convoy” se basó en la canción de C.W. McCall, exalcalde de la cercana Ouray, Colorado, y amigo de Billings. El productor Quentin Tarantino utilizó el mismo pato en su película de 2007 “Death Proof”.

“Mi hijo me dijo que debíamos vender esos patos en eBay”, expresó Billings. “El teléfono comenzó a sonar de inmediato. Se han convertido en el Santo Grial, el Halcón Maltés de los camioneros”.

Billings contrató recientemente a otro artesano para que trabaje únicamente con los patos.

El “pato Death Proof” se vende por alrededor de $185 cada uno. Los Grammy no están a la venta y Billings se negó a decir su costo. Sin embargo, él ya ha pagado un alto precio.

Sus manos están golpeadas por una vida de molduras. Su oído sufre por el constante martilleo. Sus brazos están cubiertos de quemaduras por el metal caliente y su espalda ya no es lo que solía ser. Pero él mantiene una promesa: “Cuando Bob Graves yacía en el hospital, me dijo: ‘Quiero que me prometas que seguirás haciendo los Grammy y no dejarás que nadie más los consiga’”, recordó. “Le dije que lo haría y estoy tratando de aguantar el mayor tiempo posible”.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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