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‘Carne y arena’ es una excepcional experiencia virtual creada por Iñárritu

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La nueva obra de realidad virtual de Alejandro González Iñárritu, que se presenta actualmente en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles (LACMA) y que no tiene una fecha de cierre definida, es una experiencia inolvidable a la que, por sus propias condiciones, no se puede acceder fácilmente, en el sentido de que los turnos de acceso son limitados debido a su carácter personal y a la justa demanda que ha desatado.

Es por eso que me sentí mal al tener que pedirle a los encargados del museo que me permitieran entrar a “Carne y arena (Virtually present, Physically Invisible”) una segunda vez y en la misma jornada, debido a un detalle al parecer intrascendente, pero finalmente decisivo: el hecho de que mi apreciación inicial del asunto se vio seriamente afectada porque, al no encontrarse en la posición correcta dentro del casco que se debe llevar, mis anteojos me ofrecieron una visión distorsionada y borrosa de lo que veía. Y aquí hay mucho, muchísimo que ver.

En ese sentido, si usas también lentes y acudes a ver esto, te recomendamos que ajustes el casco con tus manos o lo sostengas de manera cuidadosa en caso de que suceda algo semejante, porque “Carne y arena” es una muestra que merece verse en las mejores condiciones posibles para evitar dolores de cabeza y descubrir en toda sin amplitud las cualidades de un trabajo que es no solo una nueva obra maestra de Iñárritu y de Emmanuel Lubezki (quien colaboró también en el proyecto), sino también un prodigio técnico y creativo que le otorga una nueva dimensión al cada vez más candente tema de la inmigración indocumentada en los Estados Unidos.

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Resulta difícil describir con palabras escritas lo que se vive en una experiencia cuyo recorrido completo puede tomar más de 20 minutos (hay una zona de espera intencionalmente gélida y una de salida con testimonios conmovedores), pero que tiene como acto central lo que sucede a lo largo de 6 minutos y medio dentro de un vasto salón en el que cada visitante entra completamente solo, para recibir una mochila, unos audífonos y un casco desde el que se transmiten imágenes previamente filmadas con actores que llevaban trajes de captura del movimiento, pero que bajo la modalidad presente parecen estar alrededor de nosotros, yendo incluso más allá de lo tridimensional.

De ese modo, eres ubicado de inmediato en medio del desierto de Arizona para ponerte al lado de varias personas que cruzan esforzadamente el lugar y que, de pronto, se enfrentan a “la migra”. Aunque hay empleados del museo que te guían para que no vayas más allá de los confines de la simulación, que aparenta tener un horizonte infinito, el rango de movilidad es impresionante, hasta el punto de que puedes caminar alrededor de los personajes y acercarte mucho a ellos (eso sí: si tratas de tocarlos, sentirás solo el vacío).

Las posibilidades visuales son incontables (podrías entrar varias veces a ver esto y seguir todo el tiempo a un solo personaje o hasta a un objeto), pero existe una clara línea narrativa que te conduce de algún modo y que se acentúa con la agresiva llegada de “la migra” por tierra y por aire, mientras se escuchan diálogos mayormente en español -aunque también hay inglés y lenguas indígenas- que nos llevan a identificarnos con los migrantes.

Finalmente, se diga lo que se diga de Iñárritu en términos de personalidad y de ego, esta maravillosa creación es una prueba adicional de que el tipo es un genio, un defensor acérrimo de la causa inmigrante y, ahora, un auténtico vanguardista en el mundo del entretenimiento.

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