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Tom Hanks y Clint Eastwood recrean con precisión el drama de ‘Sully’

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Estos no son precisamente tiempos de esperanza. En momentos en los que hasta los superhéroes de rigor se agarran a golpes entre ellos mismos (“Captain American: Civil War”) y en los que la cinta más taquillera de la semana anterior tiene como villano a un ‘marine’ tan implacable como psicótico (“Don’t Breach”), la nueva película de Clint Eastwood, “Sully”, posee un curioso aroma de frescura y no deja de impresionar, pese a que respira frecuentemente aires de lo más hollywoodenses.

Basándose en un caso real de reciente data (se dio en enero del 2009) y en un guión del desconocido Todd Komarnicki que se basó a su vez en el libro autobiográfico “Highest Duty”, el veterano actor y director retoma el puesto de realizador plasmado en títulos de tanto valor como “Unforgiven” y “Million Dollar Baby” para contar con una puesta en escena impresionante, un sentido de emotividad sorprendente y bastante apego a las fórmulas hollywoodenses la historia de Chester Sullenberger, un capitán de aviación comercial que le salvó la vida a 155 pasajeros luego de que el jet a su mando perdiera los dos motores, aterrizando de manera temeraria en el Río Hudson de Nueva York.

Inmediatamente después del suceso, Sullenberger fue endiosado por la opinión pública, y el hecho de que Eastwood haya elegido como intérprete del sujeto a Tom Hanks, modelo perfecto de la bondad estadounidense, busca obviamente que hasta el espectador que no estaba al tanto de la noticia simpatice de inmediato con el referido piloto.

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Claro que Eastwood y Hanks son artistas demasiado competentes como para meterse de lleno en un mar de clichés y de representaciones intrascendentes, por lo que “Sully” toma un desvío en la senda de la celebración total para sumergirse de pronto en un registro dramático de dudas que se sustenta en la investigación a la que fue sometido Sullenberger por parte de ciertos burócratas gubernamentales.

Y es que todo parece indicar que, mientras el mundo entero lo adoraba, el Comité Nacional de Seguridad del Transporte decidió que el piloto podía haber cometido una irresponsabilidad al hacer lo que hizo en lugar de regresar a algún aeropuerto, donde el aterrizaje hubiera sido supuestamente tan fácil como comerse un taco (o mejor dicho, una ‘burger’, porque esta película está completamente llena de anglosajones, al menos frente a la cámara).

Que Sullenberger salvara a todos los que se encontraban a bordo de su avión y que la única baja del asunto fuera el avión mismo -cuyo valor económico no puede compararse con el de una existencia humana- fueron sin duda factores que le quitaron desde el inicio méritos a esta investigación; por ese lado, lo sucedido en esos momentos tiene que haber sido mucho menos excitante que lo que se ve en la pantalla, y que se siente a veces artificioso, aunque está impecablemente filmado.

Pero claro, estamos ante una obra hecha por gente que no se distingue por hacer cine de tinte independiente, lo que la acerca más, por poner un ejemplo -y dejando de lado las diferencias temáticas-, a la “Argo” de Ben Affleck que a la “United 93” de Paul Greengrass.

El filme avanza y retrocede en breves periodos de tiempo para mostrar de manera fragmentaria el modo en el que Sullenberger se enfrentó tanto a los cuestionamientos de los funcionarios como a la emergencia aérea, y en lo que a esta respecta, uno no puede dejar de quitarse el sombrero, porque las imágenes que la reconstruyen tienen una intensidad y un impacto que solo puede ser logrado por grandes talentos de la industria.

Aunque la noticia original se te haya pasado cuando se dio, el argumento deja en claro desde el inicio que no hubo tragedia, y no parece haber mayor duda sobre la resolución de la historia, lo que hace que todo sea un tanto predecible; pero Eastwood deja de lado la agenda republicana de su faceta civil para desarrollar con solvencia casi clásica un relato de decencia humana con alcances universales (aunque con puros blancos y algunos excesos de sensiblería), mientras que Hanks se sumerge en su personaje para volver a dar una de esas clases magistrales de actuación que solo él puede ofrecer.

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