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La nueva ‘Pirates’ termina perdiendo la brújula

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Al inicio de “Pirates of the Caribbean: Dead Men Tell No Tales”, la quinta entrega de la saga cinematográfica de “Pirates of the Caribbean”, se nos presenta una vez más al protagonista, el capitán Jack Sparrow (interpretado por Johnny Depp), en su estado natural.

El pirata filibustero hace su aparición mientras duerme la borrachera dentro de una enorme caja fuerte, acompañado por su infaltable botella y por la esposa de una de las autoridades del pueblo en el que se encuentra. Y lo interesante es que es descubierto en este inusual aposento por las mismas autoridades, fuertemente armadas.

Lo que sigue es una escena de persecución marcada por el humor perteneciente a la vieja escuela del ‘slapstick’ (o ‘golpe y porrazo’, si se la quiere llamar así) pero cargada también de espectacularidad, lo que le da vida a una combinación emocionante que insinúa la posibilidad de que esta cinta se encuentre a la altura de las expectativas y sea uno de los picos del cine de entretenimiento puro durante la temporada veraniega que se avecina.

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Eso es lo que pasa en los siguientes minutos, cuando la historia que se desarrolla a continuación, relacionada por un lado a dos jóvenes que buscan destruir un “arma letal” (el marinero Henry Turner, interpretado por Brenton Thwaites, y la astrónoma Carina Smyth, encarnada por Kaya Scodelario), y por el otro a un aterrador fantasma de altamar que anhela vengarse de Sparrow (el exmilitar español Armando Salazar, puesto en manos de Javier Bardem), se ve permanentemente salpicada por momentos rebosantes de acción y de un buen humor que depende mayormente de Depp, un tipo que sigue resultando tremendamente carismático.

Sin embargo, con el paso del metraje, las cosas empiezan a extenderse y a enredarse innecesariamente, hasta llegar a una escena culminante en la que las dosis de fantasía se salen completamente de control. No queremos revelar lo que pasa por ahí, pero nos sentimos autorizados a adelantar que lo que sucede tiene que ver con un mar partido (a la usanza del relato bíblico de Moisés) y una inexplicable batalla subacuática que parece haber sido implementada simple y llanamente porque el enorme presupuesto lo permitía.

Se trata de un final en el que se introducen además de manera forzada elementos sentimentales relacionados a lazos familiares inesperados (es decir, una estrategia que solía pertenecerle a la saga de “Star Wars”, pero que todo el mundo se empeña ahora en utilizar), demostrando una vez más que, a pesar de todos los recursos que tiene a su mano, Hollywood sigue ignorando de manera clamorosa la necesidad de contar con un guión sólido y verosímil cuando se trata de ofrecer a las masas superproducciones como esta.

En el plano visual, el filme luce de lo más bien, gracias al excelente trabajo de producción y a la labor de los directores noruegos Joachim Rønning y Espen Sandberg, quienes trabajan siempre a dúo y habían demostrado ya sus habilidades para rodar escenas marítimas de aventura en “Kon-Tiki”, una cinta de raíces históricas que fue nominada al Oscar y al Globo de Oro. Pero los dos merecían recibir un texto mucho más cuidado.

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