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Todos Tus Muertos regresó para demostrar que, pese a todo, la lucha continúa

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El concierto se dio tres días antes de que se anunciara la muerte de Fidel Castro, por lo que no podría haber sido aprovechado para decir algo sobre la desaparición de uno de los líderes políticos más controvertidos de todos los tiempos. Pero, en vista de la línea de pensamiento que ha sido siempre esgrimida por sus protagonistas, resulta significativo que se haya dado en medio de una coyuntura como la actual, cuando los ideales socialistas se encuentran cada vez más abandonados y el país en el que vivimos acaba de caer en manos de un mandatario tan cercano a la ultraderecha.

No es gratuito que uno de los dos cantantes de Todos Tus Muertos, la banda a la que nos referimos, se llame Fidel Rueda; él ha declarado varias veces que sus padres eran admiradores de la revolución cubana. Y el mismo viernes en que se anunciaba la desaparición del exgobernante, su agrupación se presentaba por primera vez en la isla, aunque no tenemos mayores detalles del modo en que se desarrolló la presentación en la ciudad de La Habana.

Lo que sí sabemos es que, en Los Ángeles, reunida por primera vez en 16 años con sus miembros más emblemáticos (por supuesto, faltó el guitarrista Horacio “Gamenaxe”, fallecido en el 2011), la institución porteña generó una convocatoria mucho mayor de la que se esperaba, mientras brindaba un espectáculo de una intensidad que, en vista del paso del tiempo (Nadal tiene ya 50 años, pero se ve y se mueve igual que en el pasado), no dejó tampoco de llamar la atención.

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De hecho, a pesar de su relevancia histórica dentro la escena rockera de Latinoamérica, TTM (que se formó hace tres décadas) no alcanzó nunca la popularidad de, digamos, los Fabulosos Cadillacs, debido probablemente en buena parte a la dureza de sus mensajes, a lo extraño que podía ser para algunos ver a dos afrolatinos al frente de una propuesta rockera y a los ásperos (y a veces contradictorios) sonidos de sus temas.

Es por eso que no se esperaba que la asistencia al concierto de reencuentro en nuestra ciudad fuera tan grande, hasta el punto de llenar por completo cada rincón del Echoplex (un club, pero uno bastante grande) y hacer tan difícil la apreciación normal del concierto como la necesaria toma de fotografías, sobre todo por el inmenso ‘slam’ que se armó frente al inaccesible escenario.

Pero eso mismo respondía al ambiente de fiesta total que se vivió entre una audiencia ciertamente impaciente y ante una presentación que, a pesar de estar antecedida por dos buenos grupos estadounidenses (los angelinos Quinto Sol, que hacen reggae, y los Fayuca, de Arizona y más cercanos a los citados Cadillacs), empezó demasiado tarde -pasando la medianoche- cuando se trataba de un día de semana y muchos de los asistentes tenían que ir a trabajar horas después, antes de los feriados obligatorios de Thanksgiving.

Todos esos sentimientos explotaron de manera particularmente enérgica apenas se escucharon los primeros acordes de “Torquemada” y, sobre todo, cuando el ominoso bajo de Félix Gutiérrez le dio pie al inclemente hardcore que caracteriza la mayor parte de la pieza, antecedida por el grito de batalla “¡Hasta la victoria siempre!” -que, como se sabe, forma parte del legado del Che Guevara- y una letra que, como suele suceder en esta agrupación, cuestiona el imperialismo y las desigualdades sociales.

Poco después, “Tu alma mía” le brindó espacio a una cadencia mucho más amable y a melodiosos fragmentos de la popular ranchera “Adelita”, antes de meterse de lleno en la rapidez más despiadada de ese rock rebelde que tiene puentes al franco-español Manu Chao y al vasco Fermín Muguruza.

En realidad, fue un show absolutamente inclemente, marcado por esa mezcla de punk, rap y metal que tanto distinguió el sonido noventero de TTM, y que se exhibió también generosamente en composiciones como “Dale aborigen”, “Gente que no” (influenciada por The Clash) y “Trece” (tremendamente divertida y cierre obligatorio de fiesta).

Sin embargo, tanto Nadal como Pablo Molina, el otro vocalista, manifestaron desde la era más fuerte del grupo su adhesión a los postulados del rastafarismo, y el reggae más tranquilo se impuso esta noche cuando sonaban “No te la vas a acabar”, “Hijo nuestro” (una suerte de homenaje tropical al célebre guerrillero sandinista Augusto Sandino con intromisiones del clásico “Guantanamera”), “Todo lo daría” y “Asesinos profesionales” (cuya letra se podría aplicar fácilmente a la brutalidad policiaca en Estados Unidos).

En vista de todo lo que está pasando y de los mensajes contestatarios que pueblan sus creaciones, era de esperarse que, además de tocar, cantar y brincar de modo prodigioso, los integrantes del grupo dijeran al menos algunas cosas relevantes sobre la política ante el micrófono (¿nada sobre Trump? ¿En serio?); pero la verdad es que, fuera de los típicos saludos y bromas, se limitaron a la interpretación, lo que podría ser visto como una limitación pero fue perdonado por los asistentes, más interesados en disfrutar de la música que en recibir cualquier clase de sermones.

Además, es necesario recordar que, hasta hace poco, la simple idea de esta reunión era impensable, debido a que Nadal, enfrascado desde hace mucho en una carrera solista dedicada por completo al ‘roots reggae’, se negaba supuestamente a cantar punk por razones ideológicas (aunque en entrevistas recientes ha manifestado que se cansó simplemente de girar tanto).

No sabemos qué lo habrá hecho cambiar de opinión, pero hay que agradecer por ello, dure lo que dure el retorno. A fin de cuentas, para muchos de nosotros, TTM es lo más cercano que tuvimos a Rage Against the Machine en Latinoamérica; e incluso para algunos, se trató siempre de una entidad mucho más honesta y radical que la de Tom Morello. Y claro, de un modo u otro, Fidel sigue vivo.

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