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Black Sabbath se despidió a lo grande (y supuestamente para siempre) de L.A.

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Si creemos en las insistentes declaraciones que han dado sus integrantes actuales, Black Sabbath, la mítica banda creadora de todo un género, culminará definitivamente sus días el 4 de febrero en un auditorio de Inglaterra, por lo que el concierto que ofreció el lunes pasado en el Hollywood Bowl fue el último de su carrera en la ciudad de Los Ángeles.

El sábado que viene, el grupo liderado por el popular cantante Ozzy Osbourne participará en el atípico encuentro de los festivales Ozzfest y Knotfest, que no se llevará cabo demasiado lejos de aquí, pero que tomará lugar en la ciudad de San Bernardino, por lo que la presentación arriba citada debería tener un significado histórico.

Sin embargo, ni Osbourne ni el resto del grupo (en el que se incluye también a los integrantes originales Tommy Iommi en la guitarra y Geezer Butler en el bajo, además del nuevo baterista Tommy Clufetos y el tecladista invitado Adam Wakeman) quisieron que la despedida fuera un ‘big deal’, porque hicieron lo suyo con esmero y dedicación a lo largo de cerca de una hora y media, pero no salieron del escenario con grandes aspavientos ni en medio de emotivos discursos.

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Lo que sí hizo el vocalista de 67 años es recurrir a esas palmadas y saltitos que parecen desentonar en el seno de una agrupación ‘metalera’, pero que son ya gestos suyos de lo más distintivos, pese a que el paso del tiempo lo ha llevado a moverse cada vez menos; y por suerte para todos los presentes, cantó de modo convincente durante casi toda la presentación, aunque ya cerca del final, la voz le empezó a fallar de modo especialmente evidente, pese a que nunca ha sido conocido por ser un vocalista excepcional.

Tampoco estaba presente, por supuesto, Bill Ward, el baterista original, cuya todavía reciente separación de la agrupación en términos poco amistosos sigue siendo un hecho de lo más lamentable; pero Clufetos -que es un músico de enorme nivel- recibió un apoyo sumamente entusiasta por parte del público, incluso cuando se enfrascó en un solo de batería que se nos hizo interminable (pero que incluyó al menos una breve toma de Ward en las pantallas gigantes, cuando se lo ha eliminado bárbaramente de las fotos que aparecen en los sitios oficiales de la web).

Por el lado de Iommi y de Butler, todo funcionó de modo casi ideal, porque la excelente mezcla de sonido -un tanto moderna para nuestro gusto- le dio tanto la contundencia necesaria a los monumentales ‘riffs’ y solos del primero como al imponente estilo del segundo, quien ha sido además el compositor habitual de unas letras que tienen tintes oscurantistas pero que, en desmedro de la creencia popular, no poseen filiaciones satánicas.

De ese modo, si bien el denso y ocasionalmente monótono tema de apertura, llamado al igual que la banda, alude directamente a una historia de terror sobrenatural, resulta más bien una advertencia; y poco después se escucharon canciones que, en medio de la dureza de su propuesta, manejan asuntos de lo más diversos, como el consumo de drogas duras en “Snowblind”, la crítica a los políticos codiciosos de “War Pigs”, los cuestionamientos a la guerra de Vietnam de “Hand of Doom” y la desesperación por la búsqueda de mujeres fáciles de “Dirty Women” (una pieza rara vez tocada en vivo).

Black Sabbath se formó en 1969, y poder ver al grupo 47 años después con tantos miembros fundadores y en un escenario tan espectacular como el del Bowl es un lujo que no fue ignorado por los presentes, quienes abarrotaron el enorme lugar. Los que quieran lamentarse porque lo que se vio y se escuchó no fue igual a lo de los ’70 o porque Ozzy desafinó más de una vez pueden quejarse todo lo quieran; para nosotros, esta viene siendo una despedida de lo más digna.

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