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Pablo González: De luchador callejero a campeón de lucha

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A continuación la nota de la reportera Aitana Vargas, ganadora este fin de semana a la Mejor Historia Deportiva de Los Ángeles Press Club. La historia fue originalmente publicada en verano del año pasado.

Mientras Pablo González realiza ejercicios de calentamiento y se prepara para saltar al tatami frente a miles de seguidores en el sur de California, no se imagina que está a punto de hacer que su vida de un giro de 180 grados. Con tan solo 17 años, acaba de convertirse en el noveno luchador que, desde 1977, gana una medalla estatal para la preparatoria Ukiah, permitiendo que la tradición y la historia deportiva de la esuela continúen creciendo.

Pablo es el cuarto mejor luchador en categoría pesada de todas las preparatorias de California – un logro que, para algunos, pueda parecer a priori irrelevante si desconocen la problemática trayectoria de este adolescente de 285 libras de peso cuya juventud ha estado al filo de la navaja.

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En sus días como estudiante en la escuela secundaria de Pomolita, no había un solo día en que González no se peleara con otros compañeros y defendiera su hombría dentro y fuera del recinto escolar.

“Si un niño me miraba mal, me peleaba con él”, confiesa un Pablo que incluso llegaba a provocar a los estudiantes que no querían meterse en problemas.

Un día, después de un sinfín de enfrentamientos y a las puertas de iniciar sus estudios en la preparatoria Ukiah, la reputación del joven hizo que Dennis Willeford, Director del centro, le denegara la admisión. A pesar de este revés, hay quienes sí creían que este latino de espíritu rebelde podía reformarse. Así que, convencieron a Willeford para que le concediera a Pablo otra oportunidad de enderezar su vida, permitiéndole que comenzara sus estudios académicos con la condición de que no volviera a pelearse con ningún alumno.

En su primer año como estudiante, el joven comenzó a practicar Artes Marciales Mixtas en el Club de Combate Mendo, donde entrenaba con el dos veces campeón estatal de lucha de Arizona, Nate Ducharme, que a cambio le exigía a Pablo que limpiara el sudor de los tatamis y el suelo del gimnasio.

Fue en este centro deportivo donde González conoció a quien él considera “la mayor influencia de su vida”, Gary Cavender, que trabajaba como voluntario entrenando a jóvenes luchadores.

“A muchos niños duros no les importa lo inteligente que yo sea…Ellos respetan a los tipos duros por encima del cariño y la inteligencia”, asegura este maestro de lucha libre que también lleva más de 33 años enseñando matemáticas avanzadas.

De la mano de Cavender, Pablo hizo su primera incursión en el fútbol americano y en la lucha olímpica. Pero antes de participar en los partidos y competiciones, el joven tuvo mejorar su promedio escolar de 0.8 a 2.0 y recuperar los más de 30 créditos académicos que le faltaban.

Sin duda, “el mayor desafío para Pablo era lograr esas calificaciones”, señala Cavender.

Para finales de su segundo año de preparatoria, González había logrado finalmente mejorar su rendimiento académico. Así que, le permitieron disputar los últimos tres partidos de los Wildcats.

“Ser buen estudiante y deportista a la vez era realmente más fácil que no serlo”, confiesa Pablo.

Con trabajo y disciplina fuera y dentro de la escuela, este latino no solo conseguiría posicionarse como el cuarto mejor luchador de California, sino que también se clasificaría para competir contra los mejores del país.

Sin embargo, en el Campeonato Nacional de Lucha Interpreparatoria que se disputó en Virginia hace unas semanas, González no logró materializar su siguiente hazaña: obtener un puesto entre los ocho primeros a nivel nacional para convertirse en High School All-American. Aún así, se ganó un puesto entre los 12 mejores luchadores del torneo, con cuatro enfrentamientos ganados y dos perdidos.

“Lo que he logrado significa mucho para mí y para mis padres”, asegura un joven cuyos resultados no han pasado desapercibidos para algunos de los mejores Junior Colleges de la nación.

En las últimas semanas, varios centros han expresado interés en la prometedora carrera de Pablo como luchador en categoría pesada. Y lo más probable es que el joven atleta se decante por una institución como Southwestern Oregon o Santa Rosa Community College, que le permitirían estar más cerca de su familia.

Pese al futuro que se alza ante este latino, Cavender advierte que “todavía no hemos superado todos los escollos. Pablo tiene que asistir a todas las clases y hacer la tarea requerida para graduarse”.

La transformación de González marca el final de la excepcional carrera como entrenador de Cavender, que anunció su retirada a finales del año escolar.

Mientras tanto, a Pablo se le escapan las sonrisas cuando rememora el momento en que decidió desafiar al destino y ganar la que quizá haya sido la partida más importante de su vida: Donde muchos veían a un muchacho problemático que acabaría sucumbiendo a las pandillas y la violencia juvenil, hay ahora todo un campeón fabricado gracias al esfuerzo conjunto de su comunidad y familia.

“El pueblo que ha trabajado con Pablo en los últimos tres años le ha ahorrado al estado de California y al sistema penitenciario mucho dinero”, concluye Cavender.

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