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Chargers: La agonía de perder un equipo

A fan holds up a sign commenting on the possible move by the San Diego Chargers during an NFL football game against the Miami Dolphins Sunday, Dec. 20, 2015, in San Diego. (AP Photo/Denis Poroy)
(Denis Poroy / AP)
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La primera vez que asistí a un juego de Chargers, el equipo de San Diego recibía en el Qualcomm Stadium a Jaguares de Jacksonville. Pese a haber ido a cientos de estadios en mi vida, era mi primer juego de NFL como aficionado y me sentía fuera de lugar. Pero este sentimiento pronto cambió cuando Nick Novak abrió el marcador con un gol de campo de 33 yardas que hizo que todo el inmueble enloqueciera; a mi derecha una joven de cabellera rubia me tomaba de la mano e intentaba saltar conmigo, por mi izquierda un señor pintado de oro y azul pálido me jalaba para abrazarme y festejar. Me sentí bienvenido de inmediato.

Esto, en resumidas cuentas, es lo que significa Chargers para la comunidad sandieguina: un conjunto que no ha ganado un campeonato en medio siglo, pero que conquista los corazones de ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos. Hay incluso fanáticos del rayo en Tijuana que ni siquiera tienen visa para poder ver al equipo en la Unión Americana, pero que apoyan sin cansancio gracias a la televisión y a la radio local. Y es precisamente este afecto lo que ha logrado sacar a flote a este club y como ejemplo podemos tomar la única aparición del equipo en un Súper Tazón; en 1995 tras haber perdido ante los 49ers de San Francisco en Miami, los fanáticos del rayo no le dieron la espalda a su equipo, sino que juntaron 150 mil almas para recibirlo como si fuera campeón.

Este domingo pasado Chargers venció 30-14 a Delfines en el Qualcomm Stadium; este encuentro bien podría haber sido el último que se juega en San Diego si la NFL aprueba el próximo 13 de enero la mudanza de la escuadra a Los Ángeles, para compartir estadio con su archirrival Raiders. Y la afición lo sabía; con mantas y letreros, algunos condenaban a los dueños del equipo del rayo mientras otros agradecían las alegrías brindadas en tantos años.

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La estrella de San Diego, el mariscal de campo Philip Rivers, permaneció al final compartiendo unos minutos con sus seguidores, regalando sus zapatos y jersey de juego, firmando autógrafos y tomándose fotos. El “safety” Eric Weedle, que no conoce otros colores ya que ha jugado con Chargers toda su carrera, estuvo con los fanáticos del rayo casi dos horas después del final del juego para concluir con una visita al centro del campo y acostarse en él, como no queriendo dejar el inmueble que lo vio crecer como profesional. Otros jugadores deambulaban por los pasillos, vestidores y hasta el estacionamiento del lugar. Escenas como esas llenaron de lágrimas los ojos de los más de mil 500 fans que se quedaron por horas en el estadio después de la victoria ante Delfines.

Quizás lo que más duela no es que el equipo se mude de ciudad. No es ver partir los colores que generaciones de sandieguinos han apoyado. Esto ya se veía venir tras más de 15 años batallando por un nuevo estadio. Posiblemente lo que más duela es no saber en qué momento se mudará el equipo a Los Ángeles, de que lo hará lo hará, pero la pregunta es ¿cuándo? Así los fanáticos de Chargers están sufriendo una muerte lenta y despiadada, al final están viviendo lo que ningún aficionado debería vivir: la agonía de perder un equipo.

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